Cárcel, rugby y redención. Una combinación que parecía imposible pero que Eduardo “Coco” Oderigo hizo realidad: por medio del entrenamiento en ese deporte, que pacientemente imparte a presidiarios ha conseguido un logro notable: bajar sustancialmente la reincidencia de quienes, al cumplir su pena, consiguen su libertad. “Empecé a jugar al rugby a los 9 años. A los 51 años, juego pero cada vez menos”, se sincera cuando habla de sus antecedentes personales.

Oderigo recibe al ciclo de LN+, Hablemos de otra cosa, en una de las canchas de rugby del SIC, uno de los clubes más emblemáticos de San Isidro en materia de rugby, y cuenta con felicidad su hazaña: “El deporte enseña que dentro de las reglas todo, y afuera hay que portarse bien; también cómo ser mejores y a canalizar miedos y frustraciones dentro de una cancha. Los All Blacks nos mandaron un mail para venir a vernos. Y vinieron. Y con quince Espartanos visitamos al Papa en Santa Marta.”

Se llaman a sí mismos Espartanos, como aquellos gladiadores aguerridos y valientes de la Antigua Grecia que se enfrentaban con los poderosos persas, sin importarles su inferioridad de condiciones.

En este caso, los Espartanos son los presos que se entrenan bajo el ojo atento de Oderigo y poco a poco se van redimiendo de sus pasadas oscuridades para reinsertarse algún día nuevamente en la sociedad, sin volver a caer en los delitos que los llevaron a perder la libertad. “El nombre de Espartanos se le ocurrió a uno de los presos”, le recuerda Coco al periodista Pablo Sirvén.

“Querés traer un deporte violento a un lugar violento”, le decían a Oderigo cuando llevó la idea a la más alta jerarquía de una prisión. “Convencí al director de la cárcel de hacer un primer entrenamiento y le gustó”, rememora con una sonrisa en la boca.

Conste que el programa de Oderigo no consiste en que los presidiarios sumen puntos para bajar su tiempo tras las rejas. “No queremos que los detenidos se vayan antes de la cárcel. No estamos de acuerdo con la reducción de la condena por jugar al rugby”, aclara por LN+.

Abogado penalista, de familia relacionada con la Justicia, jugador de rugby en el SIC, Coco cuenta cómo la vida lo llevó por un camino tan inesperado.

El mensaje de Coco Oderigo para los responsables del caso Báez Sosa
“Ahora -revela- intento ser mejor persona que antes. Abrir los ojos y meterse en un lugar distinto te hace mirar distinto. Trabajé quince años en el Poder Judicial. En Tribunales, noté que los presos que entraban y salían eran los mismos.”

Cualquiera que siga con cierta atención la crónica policial más sangrienta recordará que muy seguido los delitos más resonantes son cometidos por personas que estuvieron detenidas, pero que recuperaron la libertad ya sea porque cumplieron su pena o porque recibieron el beneficio de la reducción de la misma por distintas razones. La mayoría de ellas vuelven a delinquir. “Hay algo que falla en la salida de la cárcel. Descubrí la pata que faltaba cuando un amigo del club a quien le gustaban los policiales me insistió para ir a la cárcel”, cuenta Oderigo. Y agrega: “Lo que vi ahí no me gustó. Mucha gente sin hacer nada. Pensé: ‘acá hay que hacer algo’. Nadie se preocupaba con qué pasa cuando salen de la cárcel. Siempre nos preguntamos quién se anima a darle trabajo a alguien que sale. La idea es que siempre puedan integrarse. Todas las personas merecen una segunda oportunidad”.

Neush, Espartano en libertad, nos cuenta que conoció ese programa en 2013, cuando estaba preso en Olmos. “No había hecho deportes nunca -detalla-; ya libre, en la iglesia me encontré con una de las personas que había robado. Le pedí disculpas y le dije que sabía que el susto no se lo sacaba nadie. El rugby me enseñó a valorar a las personas”. Y agrega: “En mi trabajo [atiende en una estación de servicio], al principio había muchos prejuicios conmigo. Mis compañeros de trabajo cuidaban sus billeteras. Hoy siento que son parte de mi familia”.

Coco completa: “El mensaje siempre es no pasarse de la raya. Trabajamos el autocontrol adentro y afuera. Para los detenidos hoy el rugby es parte de la solución. Practicamos valores de la vida dentro de la cárcel”.

Ahora es César Gómez, otro Espartano ya reintegrado a la sociedad, que relata su experiencia: “Estaba en la ‘leonera’ y en el rugby vi una oportunidad distinta. La vida en la cárcel es difícil. En el 2017 recuperé mi libertad, me costó reinsertarme. Atravesar el estigma fue todo un desafío. Trabajo en los paradores de la noche en la ciudad”.

Los resultados están a la vista: “En las cárceles de 21 provincias de la Argentina -finaliza Oderigo-, en hoy se juega al rugby. En 6 cárceles de mujeres hay rugby y hockey. De 121 que salieron de prisión, 117 están trabajando De ellos solo cuatro reincidieron. Este modelo se replica en todo el mundo. Los políticos deberían aprender de Espartanos”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/coco-oderigo-y-los-espartanos-el-rugby-como-solucion-para-que-los-presos-que-salen-en-libertad-no-nid10122021/

Hay vida después de la cárcel. Cada vez más iniciativas a nivel global lo demuestran. Y puede haber una vida mejor durante el tiempo en prisión, también. Son muy variadas las comunidades que llevan adelante programas de reinserción social que ponen a las personas privadas de su libertad en el centro del debate y a la sociedad como marco y que proponen una mirada diferente sobre el delito y a quienes identificamos como delincuentes. En muchos de ellos, la herramienta es el deporte. Con varias décadas de implementación muestran resultados en la baja de la reincidencia entre quienes participan de sus proyectos.

La idea de base es brindar una segunda oportunidad frente al error, mientras se repara el daño hecho con una condena concreta. Muchas iniciativas nacen de la preocupación por la inseguridad creciente en comunidades donde un cambio puede tener un efecto de cascada: si podemos ayudar a una persona a mirarse distinto y a revertir comportamientos, esa conducta va a repercutir en su entorno y el ejemplo puede empapar la realidad de la que proviene. Es un círculo virtuoso.

Las sociedades más pragmáticas empezaron hace años a cuestionarse el tema desde una perspectiva presupuestaria: no cierra el gasto de mantener cárceles con personas encerradas improductivamente. Por eso, invertir en estos programas trae un beneficio doble: ayuda a rehabilitar a un ser humano y a dotarlo de herramientas que en muchos casos nunca pudo tener, mientras colabora con la eficiencia impositiva.

Sea cual sea el disparador, hay un camino que se viene repitiendo porque muestra resultados positivos: une, transmite valores y hábitos saludables, genera bienestar integral y, además, la mayoría de las veces les interesa por igual a muchas personas bien distintas entre sí. Cada vez más, el camino es el deporte. Y en el origen de este proceso está cambiar la mirada. Porque para derribar muros hay que empezar por derribar prejuicios. Incluso, y muy fundamentalmente, los de los propios presos.

¿Cómo nacen y crecen los programas de reinserción social en distintos lugares del mundo? ¿Qué resultados están mostrando? ¿En qué punto pueden quebrar una tendencia destructiva y revertir conductas para siempre?

“Si no sé qué hacer, ¿vuelvo a hacer lo que hice?”.

Que alguien dé una segunda oportunidad hace que quien la recibe aprenda a darla también. A sí mismo, a su proyecto de vida, a su entorno y a sus futuros errores.

“Si puedo tacklear, puedo estudiar, puedo cambiar. Puedo elegir. El destino era cárcel o muerte, y aparecen otras posibilidades. Conocer cosas nuevas me puede hacer protagonista”, explica Eduardo Coco Oderigo, fundador del equipo y la fundación Espartanos, en Buenos Aires, Argentina. El programa que difunde y enseña el rugby en las cárceles es por demás conocido. Ya lleva doce años creciendo y, actualmente, funciona con éxito en siete países de tres continentes.

De la inquietud inicial al visitar un penal de máxima seguridad nacieron las ganas de sembrar algo distinto. El equipo de Los Espartanos nació en la Unidad 48 de San Martín, provincia de Buenos Aires. El inicio fue muy desafiante: “La cárcel es un mundo aparte con estructuras rígidas difíciles de romper. Son años de cosas que se hacen porque sí, sin argumentos. Entrar en ese mundo y plantear nuevas normas es muy costoso. La clave es transmitir que uno está ahí para contribuir al buen clima”, cuenta Coco.

Luego de unas primeras prácticas con un grupo pequeño de varones calificados como “peligrosos” se consolidaron los entrenamientos regulares, los partidos de rugby internos, los torneos con otros penales, las primeras condenas cumplidas y los incipientes resultados. La transformación de personas y familias enteras a través del deporte ya no era una idea lejana.

La intención del programa es brindar herramientas para el día después, por el bien de las personas privadas de su libertad, de sus familias y de toda la sociedad. Lo hace a través del rugby, de la formación y de la espiritualidad. Muchos reclusos jamás habían practicado un deporte, mucho menos en equipo. La mayoría no había pertenecido a ningún grupo, solo a bandas, quizás, que se armaban y se desintegraban. Acercarse a una actividad deportiva voluntariamente les permitió confiar, apoyarse en alguien, competir sanamente y actuar según un conjunto de reglas que no se discuten.

Y llegaron las empresas. Conocieron a Los Espartanos y los empezaron a contratar. “Ellos se siguen considerando espartanos, personas reconstituidas. No esconden su pasado sino que piden perdón y se enorgullecen de haber cambiado. La transparencia genera ganas de que se queden”, explica Coco. Hoy son más de 255 los exconvictos que trabajan en 80 empresas.

“Entendemos que la inseguridad es un problema demasiado grande y preocupante, y sabemos que no todas las personas que están detenidas son iguales. Creemos, con resultados concretos, que el camino recorrido nos acerca a una sociedad mejor”, sigue Coco. “Si les llegás al corazón, cambian la cabeza. Vuelven a sus barrios y contagian ese cambio. Si el referente que siempre delinquió llega y se pone a entrenar chicos, eso cae en cascada. Y es mucho más lo que hace él que lo que podemos hacer nosotros”. En lo que se puede o no hacer está la raíz del tema, porque únicamente con acciones de Gobiernos no alcanza, tampoco con iniciativas aisladas de organizaciones sociales. La posibilidad de cambio real proviene de la suma de voluntades.

“Solo en la Argentina hay 185 cárceles. La solución está al alcance de la mano. Con una pelota cambian vidas, familias, futuros. De verdad es posible la reinserción. Si esto funciona con el rugby, puede funcionar con otras disciplinas. La clave es que los reclusos salgan mejor de lo que entraron”, agrega Coco.

Desde 2009, la fundación construyó nueve canchas de rugby en distintas unidades de la Argentina para que más personas pudieran lograr su transformación a través de la práctica deportiva. Hoy, más de 3.030 jugadores en el país son parte del programa. La fundación mantiene su unidad modelo en el Complejo Penitenciario de San Martín. Luego de diez años de trabajo sostenido con el Servicio Penitenciario, este penal pasó de ser uno de los complejos más violentos de la provincia de Buenos Aires a estar entre los últimos en el ránking.

La educación de personas privadas de su libertad, otro de los pilares del programa, también es motor de cambio y foco de la fundación. Por eso se brindan cursos y talleres. 947 espartanos se capacitaron y pudieron mejorar su empleabilidad al momento de su liberación. Hoy 225 “expartanos” (espartanos que salieron en libertad) encarnan historias de superación y desde sus trabajos inspiran a creer en las segundas oportunidades. La práctica del rugby se extendió a penales femeninos, con el nacimiento de Las Espartanas. Y se sumó el yoga como disciplina intercarcelaria.

Como resultado del modelo espartano, el nivel de reincidencia de las personas que participaron del programa y recuperaron su libertad baja del 65 —la tasa global— al 5 %. Este modelo de integración es replicado en 68 unidades de la Argentina y en Chile, El Salvador, España, Kenia, Perú y Uruguay. Según Oderigo, en cada país la experiencia es única, hay diferencias desde la idiosincrasia hasta las características del servicio penitenciario. Pero siempre se sigue el mismo objetivo: mirar al otro y que ese otro se enganche para mirar hacia adelante y querer algo distinto el día en que recupere la libertad.

El objetivo, para escalar y seguir creciendo, es difundir el programa y continuar derribando prejuicios. “El que ve distinto piensa distinto. Siempre. La escala aumenta cuando más gente ve y es capaz de dar un paso”, concluye Coco.

El fútbol como respuesta

El fútbol es el deporte más popular del planeta, el qué más se practica en distintos países y el que permite unificar lenguajes. Resulta accesible sin distinción de sexo, edad, talento, condición física, lugar en el que se viva o situación económica.

La Fundación FIFA se creó en marzo de 2018 como entidad independiente, con el fin de movilizar el poder del fútbol para mejorar vidas. Un aspecto fundamental de las actividades de la Fundación FIFA es apoyar la educación a través del fútbol y recurrir a algunos de los íconos más famosos del deporte para llegar a millones de personas en todo el mundo con mensajes positivos.

Parte del trabajo que lleva adelante la fundación consiste en apoyar iniciativas de organizaciones que buscan mejorar realidades a través del fútbol. Actualmente son más de 100 los proyectos que apoya en todo el mundo.

En Alemania, el Programa Anstoß in ein neues Leben (Puntapié Inicial de una Nueva Vida), una iniciativa de la Fundación Sepp-Herberger, lleva años demostrando la utilidad de este deporte para la reinserción social de personas recluidas. Fue fundada en 1977 por Josef Sepp Herberger, el célebre jugador y entrenador de fútbol alemán que dirigió a la selección ganadora de la Copa Mundial de Fútbol de 1954. Lo que empezó con una visita a una prisión acabó convirtiéndose en la idea de apoyar a convictos, sobre todo jóvenes, para que retomaran el camino del trabajo y enderezaran el rumbo de su vida profesional. Así, la fundación consiguió asociarse con la Agencia Alemana de Empleo.

En la actualidad, la fundación congrega a jóvenes en 22 prisiones de diez estados federados. Entre otras muchas cosas, ofrece cursos de formación de árbitro y entrenador y talleres de música. Tobias Wrzesinski, director general de la organización, sostiene: “La idea es brindarles la oportunidad de emprender un nuevo camino, además de la posibilidad de dejar atrás a viejas compañías. Queremos apoyar a las personas en los centros penitenciarios de la mejor manera posible, de forma que el tiempo en prisión resulte provechoso a modo de preparación para lo que viene después. Nada de esto puede darse por sentado. Por tanto, participar en esta iniciativa supone una oportunidad especial, y así lo entiende la mayoría de los reclusos”.

En el programa hay jóvenes que han cometido robos o delitos relacionados con sustancias estupefacientes, pero también tenemos participantes que han sido condenados por hechos más graves. “Las personas recluidas, sobre todo los hombres, tienen mucho interés por el fútbol y se divierten jugando. Nosotros nos valemos de ese interés y, sobre todo después del período de encarcelamiento, tratamos de ayudar a quienes así lo desean a reintegrarse en la familia del fútbol en la función que sea. En Alemania hay unos 25.000 clubes federados”, concluye.

En Inglaterra y Gales, países donde el fútbol es tan popular como en Alemania, existe otra iniciativa probadamente valiosa. The Twinning Project se apoya en el concepto de que todos cometemos errores pero eso no debe ser un motivo para darnos por vencidos. El programa es una asociación entre el Servicio de Prisiones y Libertad Condicional de su Majestad (HMPPS, sus siglas en inglés) y la familia del fútbol representada por ligas y asociaciones profesionales como la EFL ―Liga Inglesa de Fútbol― o la FA ―Asociación de Fútbol― entre otras . Su objetivo es hermanar todas las cárceles de Inglaterra y Gales con un club de fútbol profesional local para tender redes de actividad deportiva que puedan sostenerse en el tiempo.

De un universo actual de 83.500 hombres, mujeres y jóvenes recluidos en cárceles de estos dos países, se calcula que 74.200 volverán a vivir en sociedad. Por eso, el objetivo es involucrar a aproximadamente 100 presos por año en programas basados en el fútbol para mejorar su salud mental y física, su bienestar y ayudarlos a aspirar a mayores oportunidades para obtener un empleo una vez que sean liberados. Los entrenadores profesionales y el personal de los clubes de fútbol, apoyados por los oficiales de educación física de la prisión, capacitan a las personas privadas de su libertad y las califican según criterios de empleabilidad para prepararlas mejor para la vida después de su liberación.

Son tres los ejes en los que trabaja The Twinning Project: servicios de rehabilitación que se ofrecen bajo custodia, con relaciones sólidas entre clubes de fútbol y prisiones; un camino al empleo en el momento de la liberación, con educación para garantizar la empleabilidad y las oportunidades posteriores y la disminución de la reincidencia para salvar vidas.

Si se tiene en cuenta que 17 horas es el tiempo promedio que pasa una persona bajo custodia en una celda, el aburrimiento se suma a la baja autoestima y a la falta de valor, y esto contribuye aún más al deterioro de la salud mental. “Si el 83 % de los hombres que son liberados no tiene un empleo, no debe sorprender que el 64 % reincida en el delito durante el primer año en libertad” dice Hilton Freund, CEO del programa, en un video en el sitio de la organización.

Algunas verdades que expone el programa son decisivas en la posibilidad de reincidencia. Las personas con relaciones domésticas y sociales estables tienen menos probabilidades de reincidir. Y el empleo y la oportunidad son los principales impulsores del propósito y el valor en el proyecto de vida de una persona.

The Twinning Project muestra una sólida disminución de la tasa de reincidencia y también ayuda a reducir los niveles de autolesión y de muertes autoinfligidas bajo custodia. En términos impositivos los resultados son contundentes, ya que el costo promedio de mantener una persona en la cárcel es de 48.000 libras por año. Si se logra que apenas 500 reclusos liberados no reincidan en el delito, se pueden ahorrar en impuestos 24 millones de libras anuales.

Cuerpo, mente y alma

Ernesto García González es psicólogo, especialista en psicología deportiva. Forma parte del equipo de liderazgo del IAE Business School de la Universidad Austral. Y es, fundamentalmente, deportista. Su especialidad es acompañar a las personas para transformar su potencial en buenos resultados, disfrutando el recorrido. Como coach, trabaja tanto con equipos como con deportistas individuales de alto rendimiento. Puede entender como pocos y explicar con claridad cómo se vinculan el cuerpo y la cabeza con la actividad física, y cómo esto impacta en nuestra manera de vivir y de ver la vida.

Los efectos positivos del deporte son muy conocidos. Mentalmente, brinda la posibilidad de estar en el presente haciendo una tarea. Si salgo a correr o le pego a una pelota, estoy ahí, en el momento. Mi mente se ordena en ausencia de pensamientos y yo estoy atento a algo. El efecto es similar a lo que logramos a través de actividades como el mindfulness, por ejemplo. Aquí y ahora. El deporte en equipo permite tejer vínculos y fortalecer la autoestima. Además, están los beneficios físicos en la actividad cardíaca y circulatoria, y la liberación de endorfinas y dopamina que repercute positivamente en el estado de ánimo y, a largo plazo, en el bienestar integral. Vale decir, “mente sana en cuerpo sano”.

En personas que provienen de entornos vulnerables estas ventajas se expanden, porque el deporte se convierte en algo mucho más grande y su impacto, también. Si alguien empieza a participar de una actividad en un ambiente contenedor, va a recibir la contención que quizás nunca haya conocido.

“La mirada de una figura como la del entrenador, mediante un vínculo sano y el feedback positivo, aumenta la resiliencia. Un adulto maduro que está mediando la actividad deportiva acompaña y da un marco para equivocarme y que no haya enojos. Generalmente las personas de entornos vulnerables no tenían nada esto: ni límites claros, ni respeto por esos límites”, explica Ernesto.

“Cuando el deporte marca un hito en este tipo de ambientes es porque aporta clima de contención, proporciona reglas que funcionan para todos por igual y brinda la posibilidad de equivocarme y aprender sin recibir un juicio de valor personal”, continúa. Ser parte de un equipo, además, habilita la pertenencia, el acompañamiento, el ponerme contento por el otro y el crecimiento colectivo. “Todo esto genera sensación de cuidado y respeto, motivación y confianza”.

En iniciativas como estas se ve que las actividades deportivas ―entre otras― no solo mejoran el presente de las personas privadas de su libertad sino que ayudan a delinear un futuro en el que son más protagonistas y aportan a la sociedad. ¿Qué ocurre desde el punto de vista psicológico para que esto suceda?

“El deporte exige compromiso, puntualidad, resiliencia, respeto… Son conductas que, una vez adquiridas, facilitan la convivencia social. La práctica deportiva, además, ayuda a vehiculizar la agresión y a canalizarla en vías normadas. Un deporte con reglas que enmarcan el contacto físico alto, con respeto, hacen que la agresividad esté sublimada en la actividad física”, explica Ernesto.

Otro aspecto importante tiene que ver con la identificación de las emociones para poder gestionarlas y controlarlas, algo muy poco frecuente en ambientes carcelarios. El set de reglas que exige la práctica deportiva, junto con la curva de aprendizaje, superación y esfuerzo que implica aprenderlas, contribuye a estos hábitos positivos.

Si hay algo que abunda en la cárcel es el tiempo sin planes para ocuparlo. El deporte permite llenar ese vacío de una forma saludable y ayuda a evadir fantasmas y adicciones. Además, contribuye a mejorar las relaciones entre los presos y a reconducir sus conductas agresivas, porque pueden aprender a resolver sus conflictos de forma más controlada. Esto irremediablemente conduce a una mejor convivencia. En definitiva, el deporte ayuda a modificar la subcultura carcelaria.

Reescribir la propia historia

Todas estas iniciativas tienen algo en común: invitan a mirar distinto. A las personas presas, a quienes lideran sus equipos y a la sociedad que vuelve a recibirlas. El desarrollo sostenido de estos programas, sea cual sea el deporte que propongan, es el puntapié inicial de un camino nuevo.

La hoja en blanco de la vida de un preso empieza a escribirse con la aceptación del pasado. Y eso se produce cuando algo comienza a ser importante. A tener valor. A entusiasmar. Estas sensaciones se trasladan a la vida y a la construcción de un proyecto. Al final del día, lo importante es ser protagonistas de la propia vida para transformar el dolor y las huellas del pasado en cosas positivas. Con una segunda oportunidad y las herramientas adecuadas, se puede trabajar para dar vuelta la página y escribir una historia mejor.

Fuente: https://www.infobae.com/america/soluciones/2021/08/25/los-proyectos-deportivos-mejoran-la-vida-adentro-y-afuera-de-las-carceles/

Fundación Espartanos surge en 2009, a partir de una iniciativa de Eduardo “Coco” Oderigo – abogado y rugbier.

Al principio superando algunos escollos, ante la suposición de que el rugby es un deporte violento, logró que su propuesta para acercar los valores del deporte a las cárceles argentinas fuese aceptada. Así, el primer entrenamiento se llevó a cabo con 10 jugadores en la Unidad Penal de Máxima Seguridad N° 48, de San Martín, provincia de Bs. As., donde aún hoy sigue firme el equipo de los “Espartanos”.

A este pilar original que fue el rugby, se sumaron otros tres: la espiritualidad, para trabajar desde el interior; la educación, para capacitar y formar a quienes están privados de la libertad; y la inserción socio-laboral, cerrando el círculo al recuperar la libertad.

En 2017, las donaciones recibidas permitieron que en la Unidad 48 se construya una cancha de pasto sintético, aumentando así la cantidad de jugadores, que llegaron a ser 300.

“A partir de ahí pusimos más énfasis en la parte educativa, diciéndoles que quienes quisieran utilizar la cancha, tenían que estudiar. Para llevar esto a la práctica, construimos aulas no solo de estudio formal sino también para brindar cursos y capacitaciones”, relata a El Entre Ríos Santiago Cerruti, cofundador de la fundación.

El Papa Francisco, sorprendido por la integración
En octubre de 2015 el Papa Francisco se interesó por conocer a los Espartanos y los invitó al Vaticano, en una experiencia que Santiago define como “muy gratificante”.

Al Sumo Pontífice le sorprendió que el contingente se encontraba integrado por personas que habían estado privadas de la libertad, otras del servicio penitenciario, un juez y voluntarios. Les dijo: “Esto es integración, lo contrario a lo que pasa en el mundo”, y los invitó a replicar el modelo.

“Así fue que en 2016 comenzamos a llevar el rugby a otras unidades del país”, cuenta el referente de Espartanos. La fundación llegó a 68 unidades penales de 21 provincias, entre ellas Entre Ríos.

El proyecto de Espartanos, también en Entre Ríos
En julio de 2019, la tarea de Fundación Espartanos llegó a Entre Ríos, más precisamente a la Unidad Penal N° 9 “Granja Penal El Potrero” de Gualeguaychú (Ruta 136 km 26 ½), con la colaboración de voluntarios de Carpinchos Rugby Club y el apoyo de la empresa El Potrero.

Ubicada en un campo de 30 mil hectáreas de esa ciudad –de las cuales 18 mil son reserva natural- en “El Potrero” una de las líneas de trabajo es la responsabilidad social empresaria. Además, hay un centro de educación ambiental destinado especialmente a escuelas y universidades, que es visitado por más de mil alumnos en forma anual. Por otra parte, la reserva funciona como lugar de reintroducción y refugio de especies.

Bruno Acevedo, gerente de la empresa, detalla: “Hacemos donaciones al hospital de Gualeguaychú, trabajamos con Fundación Conin y el asilo de ancianos local. Con el inicio de la pandemia iniciamos el proyecto de abastecer a varios comedores comunitarios de la ciudad, para lo cual utilizamos parte de la producción de alimentos orgánicos de la reserva”.

Agrandar imagenSobre el trabajo en el penal, agrega: “Comenzamos hace varios años con talleres de teatro, luego se sumó una voluntaria con un momento de oración con las mujeres. El tercer trabajo, a partir de 2019, fue sumar a los Espartanos con el objetivo de acompañar el desarrollo de los internos y su reinserción futura a través del deporte. Para ello contactamos a ‘Los Carpinchos’, que es un Club de Rugby de Gualeguaychú”.

De aquella primera práctica habían participado jugadores de Fundación Espartanos; directivos, entrenadores y jugadores del equipo local de rugby; personal administrativo de la empresa El Potrero y autoridades del establecimiento penitenciario.

Sobre la experiencia, el director general del Servicio Penitenciario Entre Ríos, Marcelo Sánchez, había expresado: “Es gratificante poder concretar estos espacios en las unidades penales de la provincia, que vienen a fortalecer el trabajo que realizamos desde el SPER. El rugby incluye, integra y acerca nuevas oportunidades, porque como dicen desde los Espartanos, siempre se puede empezar de nuevo”.

Contagiando la filosofía del deporte
El presidente de Carpinchos Rugby Club, Mauricio Lischinsky, también habló con El Entre Ríos sobre esta experiencia que se inició en julio de 2019:

“Llevamos material del club y de a poquito se empezaron a prender. Al principio fue raro, porque el rugby no es algo que apasione desde un primer momento, además ellos no lo conocían y es difícil hacerlo entender como deporte. Así que comenzamos con un puñado de 10, hasta que se fueron contagiando la filosofía del deporte y llegamos a ser alrededor de 25 en que se mezclaban todos los pabellones”.

“Pese a que es un deporte de contacto, no tenía que ver con la violencia y ahí no debían descargar problemas entre ellos. Desde el primer día les dejamos en claro que al primer inconveniente se quedaban sin nada, y así lo entendieron. Cuidaban el espacio porque no dejaba de ser una salida más al patio, una actividad, un momento para compartir con el resto de los reclusos. Incluso hay un policía que está preso y se terminó enganchando”, agregó.

“Se organizaron y compraron camisetas. Fue una linda experiencia. Realmente se engancharon con el deporte y cada uno entrenaba en su pabellón para mejorar. La directora de la escuela me dijo que aquellos que empezaron a jugar al rugby tuvieron un gran cambio de actitud, estaban más tranquilos a partir de tener algo más que les interese”.

Entrenamiento de «Espartanos» en una cárcel entrerrianaEn 2020, los “Caranchos” –tal como se autodenominó el equipo de la Unidad Penal N° 9- no llegaron a retomar los entrenamientos, debido a la pandemia.

“Nuestra idea para el año pasado era sacarlos un día del penal para hacer un partido en el club. Ya habían conocido el deporte y le demostraron al Servicio Penitenciario que lo pueden hacer sin violencia. Entonces en 2020 pensábamos hacer cuatro o cinco meses en el penal para demostrar la buena conducta y salir a hacer el partido”, cuenta Mauricio Lischinsky sobre la iniciativa que por el momento no pudieron llevar a cabo.

El otro proyecto con el que sueñan, es la cancha propia. “En el penal hay una cancha polideportiva, pero hay espacio para hacer una de rugby. La idea es que se lo ganen; hay que gestionar, trabajar y se lo tienen que merecer”, dice el presidente de Carpinchos, mientras esperan autorización para volver a la actividad dentro del penal.

Con el objetivo de educar y formar
Respecto al trabajo en la cárcel entrerriana, Santiago Cerruti –cofundador de Espartanos- agrega: “En 2020, con la pandemia, fue complicado llevar a cabo los proyectos, pero esperamos este año retomar los entrenamientos y sumar la parte educativa y formativa para que salgan con oficios”.

“Estamos abiertos a acompañar a los grupos a quienes se animen a dar el primer paso”, indica el gerente de la fundación ante la consulta de si es posible que otros penales de la provincia se sumen a la iniciativa.

Fuente: https://www.elentrerios.com/actualidad/del-rugby-a-la-reinsercin-social-la-propuesta-de-espartanos-que-tambin-lleg-a-una-crcel-entrerriana.htm

Coco Oderigo es uno de los fundadores de Fundación Espartanos (www.fundacionespartanos.org), una organización sin fines de lucro que promueve la integración, socialización y acompañamiento de personas privadas de su libertad a través del rugby.

Gracias al rugby, la espiritualidad, la educación, el acompañamiento personal a cada persona y la generación de empleo para quienes recuperan su libertad, se logró bajar la violencia interna en las cárceles y que la reincidencia baje del 65%, al 5% en quienes participan del programa.

Actualmente el programa se está llevando a cabo en 69 unidades penitenciarias, en 21 provincias y 7 países.

En Mendoza participan en tres Unidades Penitenciarias y en el Complejo Federal; el proyecto se llama «Caciques Rugby Mendoza» y lo pueden encontrar en las redes Instagram y YouTube.

Con el objetivo de seguir multiplicando el compromiso y los valores de Fundación Espartanos, Eduardo “Coco” Oderigo, dará a conocer el trabajo que se realiza desde la fundación, su experiencia y testimonio de vida y contará cómo es que el rugby ayuda a bajar el índice de reincidencia.

Coco Oderigo

Hace 14 años, Coco comenzó este proyecto, con el primer equipo de rugby “Espartanos» en la Unidad 48 de máxima seguridad de San Martín, provincia de Buenos Aires.

Hoy, el desafío de Fundación Espartanos es generar, en personas privadas de su libertad, una transformación en su forma de pensar y accionar, para lograr así una baja en el promedio de reincidencia delictiva. La fundacion trabaja articuladamente con los Servicios Penitenciarios, la sociedad, las ONG’s, el Estado Nacional y los Estados Provinciales, la Justicia y las familias de las personas que están, y estuvieron privadas de su libertad, y el apoyo de donantes y empresas.

Están invitados a participar de la charla, autoridades provinciales y municipales, actores de las unidades penitenciarias de Mendoza, representantes de clubes de rugby y otros deportes, educadores y autoridades de escuelas, empresarios y público general.

Fuente: https://cuyonoticias.com/contenido/9266/charla-abierta-de-coco-oderigo-en-mendoza

El equipo de rugby denominado Los Espartanos, originado en la Unidad Penal N° 48 de la localidad bonaerense de San Martín, nació a partir del trabajo de Eduardo “Coco” Oderigo, un exjugador y abogado penalista que trabajó durante 15 años en el Poder Judicial, pero la vida le dio un vuelco cuando un amigo le pidió visitar una cárcel, solo por el hecho de poder conocer cómo era la situación por dentro.

La iniciativa, que con el paso de los años se convirtió en una fundación que lleva el mismo nombre, busca “bajar la tasa de reincidencia delictiva promoviendo la integración, socialización y acompañamiento de personas privadas de su libertad”, y hoy cuenta con más de 3.000 jugadores en 65 cárceles, divididas en 21 provincias del país.

“Yo trabajé en el Poder Judicial durante 15 años, metíamos presa a la gente que secuestraba personas, vendía droga y demás, ese era nuestro laburo. Después empecé a ejercer la profesión de abogado y no tuve más contacto con personas detenidas. Jugaba al rugby en el San Isidro Club y un amigo, al que le gustaban las historias policiales, un día vino con la idea de que quería ir a una cárcel. Insistió tanto que fuimos para poder sacármelo de encima, y lo que vimos ahí eran muchas personas sin hacer nada que nos miraban feo. Esa es la gente que sale peor de lo que entró, por eso se me ocurrió hacer algo. A mí el rugby me hizo muy bien, así que volví otro día, solo, a decirle al director que quería enseñarles a jugar a los presos”, contó Oderiego sobre cómo nació la idea de utilizar el rugby para reinsertarse socialmente.

La movida se replicó en La Pampa, Jujuy, Salta, Tucumán, Mendoza, hoy hay 58 cárceles en 21 provincias de Argentina donde se juega al rugby, hombres y mujeres. También en otros países, como Uruguay, Chile, Colombia, El Salvador, España, Italia y Kenia. En 2014, además, Los Espartanos jugaron el preliminar de Los Pumas contra los All Blacks, en el estadio Único de La Plata, contra jueces y fiscales.

En Salta, Los Infernales, el equipo de la cárcel de Villa Las Rosas, ya ha jugado contra clubes como Universitario, Jockey, Gimnasia, y otros. Algunos juegos fueron en la cárcel y otros en el Martearena.

Con cancha propia

Varios referentes del rugby salteño se sumaron a la Fundación Espartanos. El referente en Salta es Raimundo Sosa, exjugador de Universitario RC y del seleccionado salteño. Otro que también trabajó junto a los privados de libertad fue Marcelo Córdova, actual secretario de Deportes de Salta y exvocal de la Unión Argentina de Rugby.

Gracias al trabajo de la Fundación Espartanos la Unidad Carcelaria de Villa Las Rosas inauguró el año pasado su cancha. El terreno de juego tiene una dimensión de 70 metros de largo por 30 metros de ancho, cuenta con panes de césped deportivo, tanques cisternas y sistema de riego por aspersión.

En la construcción de la obra que llevó aproximadamente seis meses participaron internos, personal penitenciario, entre otros.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/nota/2020-12-7-21-8-0-una-movida-de-inclusion-que-se-replica-en-el-pais

 

El ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia Julio Alak, junto al director de la Eduardo «Coco» Oderigo, firmaron este jueves un convenio de colaboración a partir del cual se proyecta la construcción y desarrollo de un auditorio y Salón de Usos Múltiples (SUM) en un sector intramuros de la Unidad N° 48 de San Martín.

A partir de este convenio, la Fundación Espartanos aportará el diseño del proyecto, planos, memoria técnica constructiva, plan de trabajo, cronograma de actividades, programa de seguridad e higiene, estudio de suelo, materiales, mano de obra y los recursos humanos necesarios para la edificación, mientras que la cartera de Justicia y Derechos Humanos brindará los permisos necesarios, evaluará, emitirá opinión y supervisará el desarrollo del mismo y el Banco Macro otorgará los fondos para la obra.

Alak afirmó que «este convenio busca favorecer la inclusión social a través de la práctica del rugby, y procura generar en las personas privadas de su libertad, una transformación que logre una baja en la reincidencia delictiva».

Por su parte, Oderigo destacó «el desarrollo de estas acciones, que se realizan con la colaboración entre el sector público y privado». Por último agradeció el apoyo del ministerio de Justicia y Derechos Humanos a las acciones que llevan adelante desde la Fundación.

Fuente: https://www.infoban.com.ar/15/09/2022/la-fundacion-espartanos-construira-un-sum-en-la-unidad-48-de-san-martin/

A los cinco años, a César Joel Núñez lo dieron por muerto. Fue en medio de un juego de bolitas: se le escapó una, la fue a buscar y cuando se incorporó, una hamaca le dio de lleno en la frente. Quedó en coma. El corazón era el único órgano de su cuerpo que seguía funcionando por sí mismo. Los médicos no le dieron un buen pronóstico a sus padres, que rezaban en silencio al costado de su cama. Al tercer día, se levantó. Vio la luz del hospital, reconoció a su padre, y le dijo: “Papi, ¿tenés una monedita?”. “Así comenzó mi infancia”, rememoró Núñez, quien aseguró que no tuvo una vida fácil, y que luego de muchos años de encierro, hoy, a sus 33 años, tiene “paz en el corazón”. Junto a otras 67 personas que estuvieron detenidas en diferentes penales de la provincia de Buenos Aires, recibió un premio por formar parte del equipo de rugby Espartanos, por su perseverancia, y por encontrarse trabajando y en libertad desde hace por lo menos tres años.

El modelo Espartanos nació en 2009 en la cárcel de máxima seguridad de San Martín, Unidad Penitenciaria 48 de la provincia de Buenos Aires, y hoy funciona en más de 70 cárceles de la Argentina. Además,12 penales distribuidos en Chile, Uruguay, El Salvador, Perú, España y Kenia replicaron esta iniciativa. A través del rugby, Eduardo “Coco” Oderigo, su fundador, ha conseguido bajar sustancialmente la reincidencia de quienes, al cumplir su pena, consiguen su libertad.

Con bajo perfil, Oderigo fue presentado por Julián Weich, quien condujo la entrega de los premios “Perseverancia”, en el teatro El Globo en el barrio porteño de Recoleta. “Bajamos la reincidencia del 65 al 5%”, detalló Oderigo cuando se paró frente a un público feliz de recibirlo, y agregó: “Pero esto lo hicimos entre todos, con perseverancia y esfuerzo”.

Las categorías de los premios fueron tres, según la cantidad de años que cumplieron en libertad: bronce, para unas 42 personas que llevan tres años; plata, para 22 personas que llevan cinco años; y oro, para Rubén Ezequiel “Colo” Gonzalez, quien cumplió diez años libre.

Al respecto, Damián Donnelly, parte del equipo fundador de Espartanos, explicó la razón de los premios: “Esto surgió porque muchos de ustedes, todos los años o cada seis meses, me mandaban un mensaje y me decían ‘Damián, cumplo 6 meses afuera y no lo puedo creer’. Y así cada vez que cumplían dos, cuatro, seis años. Y así surgió este evento, como un homenaje. Perseverar, que es lo que están haciendo ustedes, es ganar. Y ustedes son unos ganadores de sus vidas”.

Como parte de las sorpresas que la Fundación Espartanos les regaló a sus homenajeados, entre las que estuvieron las interpretaciones en el escenario de los cantantes Axel y G Sonny, Oderigo también adelantó que se filmará una miniserie de la historia del equipo de rugby penitenciario, que tendrá ocho capítulos y que saldrá en una de las plataformas de streaming en los próximos meses. “Queremos mostrar la esencia de Espartanos”, señaló Oderigo, y sentenció: “No se va a mostrar lo malo, que alimenta el morbo de lo que es una cárcel, sino que la idea es mostrar lo bueno que saca este proyecto”.

Su historia de vida
A Núñez le otorgaron el premio de bronce, por estar desde 2018 en libertad y trabajando. Subió al escenario con un traje marrón, con una amplia sonrisa, feliz de estar recibiendo el reconocimiento.

“Espartanos me ayudó a adquirir valores adentro y fuera del campo de juego, me enseñó a no permanecer caído, y a que cada obstáculo es un tackle más para darle a la vida. Son todas las cosas que me forman día a día para ser una mejor persona”, explicó Núñez a LA NACION. Su historia es una de las tantas que se conocen en el conurbano bonaerense: una infancia con muchas dificultades, con una familia desvinculada, y en la que le siguieron el abandono de la escuela y un temprano ingreso en las drogas y el delito. El accidente que él marca como el inicio de su niñez ocurrió en la ciudad de San José de Metán, en la provincia de Salta. Su familia se instaló allí un tiempo para acompañar a la mayor de sus cinco hermanos, que había formado una familia. Cuando volvió, lo hizo solo con su madre y sus hermanos: su padre había formado otra familia, lejos de ellos.

“Cuando me recuperé [del accidente], volvimos a Buenos Aires y mi familia ya estaba desintegrada. No tenía un hogar bien consolidado y eso me afectó. Me crie sin mi papá, sin una figura paterna que me pusiera límites. Mi mamá hacía lo que podía, era una madre soltera con seis hijos”, explicó Núñez, que creció en el barrio El Detalle, en el Municipio de Tigre, al norte del conurbano bonaerense.

Su paso por el colegio fue fugaz: a los diez años ya había abandonado. “Con mi hermano Jeremías éramos terribles, nos portábamos muy mal”, recordó el ahora espartano, y precisó el momento en el que dejó definitivamente la escolaridad: “Un día nos llamó la directora para retarnos porque no sé qué habíamos hecho, y estaba su cartera ahí cerca. Le robamos las llaves del auto, fuimos a dar una vuelta y volvimos. Yo tenía 10 y mi hermano 12. Ese día nos echaron del colegio. Ya habíamos empezado a hacer todas macanas”.

Para ese momento, ya había probado las drogas y se había introducido en el mundo de las armas. “Dejé la escuela y empecé a delinquir”, contó Núñez, quien se la pasó entrando y saliendo de reformatorios y penales juveniles hasta que cumplió 18 años. “Ahí no salí más”, señaló. “Para esa época, había muchos secuestros extorsivos y nos dedicábamos a eso. Teníamos una flota de autos y armas, teníamos un sistema”, detalló.

Fue en 2007, cuando con su banda intentaron secuestrar a una familia, que la policía bonaerense los detuvo. Luego de una balacera, en la que tanto él como los policías resultaron heridos, Núñez terminó tras las rejas. “En la causa quedé con triple robo calificado, con armas de guerra, enfrentamiento con la policía, crimen y causa intento de secuestro, todo en concurso real entre sí”, detalló. Obtuvo una condena de 11 años y seis meses que cumplió en más de 50 penales de la provincia de Buenos Aires. Lo trasladaban por su mal comportamiento.

Fue en la última unidad penitenciaria, en la 49 de San Martín, que conoció a Espartanos. Se unió al grupo de rugby y su vida dentro del penal cambió. “Me pasó que estaba todo mal con alguien de otro pabellón, y de repente me tocaba jugar en el mismo equipo y era esa misma persona que me cuidaba de un tackle o me pasaba la pelota, y terminaba todo bien”.

Desde el deporte, aprendió a vincularse con sus pares de otra manera, y terminó siendo referente espartano dentro de su pabellón. Cuando le tocó el día de salir en libertad, le dijo a sus compañeros de celda: “Yo voy a volver a la cárcel, pero no a estar preso sino para visitar a mis amigos, jugar un partido de rugby y darles un abrazo”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/perseverancia-premiaron-a-los-espartanos-que-desde-hace-tres-anos-o-mas-estan-en-libertad-nid14102022/

Para la gente que vive en la calle, el gobierno porteño tenía una solución y un problema. La solución: los refugios o paradores (32 en toda la ciudad). El problema: los refugios o paradores; la convivencia allí se tornaba tan difícil que a menudo para controlar los desmanes había que llamar a la policía.

Incluso, muchos de los que llegaban a esos Centros de Inclusión, donde se les da techo, cama, baño, comida, atención médica y actividades recreativas, preferían volver a la calle porque el lugar terminaba siendo aún más tóxico que el desamparo de una plaza o una vereda. Acostumbrados a la soledad y la independencia, a ser dueños de sus vidas aun en esas condiciones críticas, lo habitual es que les cueste socializar, ajustarse a horarios, obedecer indicaciones. Arreciaban las peleas y los robos, signados, además, por la droga y el alcohol: la gran mayoría son adictos.

Incluso, muchos de los que llegaban a esos Centros de Inclusión, donde se les da techo, cama, baño, comida, atención médica y actividades recreativas, preferían volver a la calle porque el lugar terminaba siendo aún más tóxico que el desamparo de una plaza o una vereda

La pandemia vino a agravar ese panorama. Por el cierre del comercio y de oficinas, con calles vacías, los llamados “sin techo” estaban todavía más desprotegidos y muchos aceptaron ir a un parador (en las periódicas rondas para invitarlos, solían resistirse). La población de los refugios pegó un salto: pasó de 1000 a 1500 personas. A la ya de por sí difícil convivencia se le sumó el riesgo del contagio y una batería de protocolos.

“De un día para otro tuvimos muchísima gente y eso complicó todo”, dice la ministra de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad, María Migliore.

Había que lograr que la solución del problema dejase de ser otro problema. La cuestión se resolvió por una vía nada convencional. Migliore recurrió a la Fundación Espartanos, que promueve la práctica de rugby en las cárceles como escuela de valores e instrumento de transformación personal. Tras recuperar la libertad, cientos de Espartanos han logrado reinsertarse en la sociedad y hoy trabajan en empresas y organismos públicos, empleos que la propia fundación les busca. Si el índice de reincidencia en el delito oscila –según las fuentes– entre el 50 y el 70%, en el caso de los Espartanos cae a menos del 5%. El modelo ya se extendió a 68 unidades de 21 provincias y a varios países.

Hacia la reinserción
Migliore pensaba en el aporte que podrían hacer esos jóvenes de carácter templado en el rigor de las cárceles, que no se amedrentan ante el conflicto y que, además, necesitan trabajar. Habló con Eduardo “Coco” Oderigo, el creador de Espartanos, y con Dolores Irigoin, directora ejecutiva de la fundación, y acordaron el plan: llevar a los refugios como colaboradores, contratados por el gobierno porteño, a esos exconvictos que gracias al rugby y a un trabajo de reeducación dieron un vuelco en sus vidas.

Enseguida, el vuelco se produjo en los paradores: la conflictividad empezó a caer drásticamente. “El trabajo que hicimos con Espartanos –dice Migliore– nos ayudó a construir una mejor convivencia, que haya menos conflictos y más armonía en los vínculos. Pudimos encarar nuevas dinámicas y actividades vinculadas al deporte para acompañar mejor el camino de reconstrucción de las personas”.

Primero se incorporaron seis Espartanos al refugio de Parque Avellaneda y, paulatinamente, 13 más, distribuidos en tres centros; la mayoría, en el de Parque Roca, el más grande de la ciudad. “Buscamos el perfil adecuado: los que tuvieran más paciencia, conducta y fortaleza –describe Irigoin–. Fuimos aprendiendo y las cosas se dieron muy bien, dentro del contexto de los centros, que no es fácil. Un Espartano una vez les dijo: ‘Ustedes deberían valorar lo que tienen acá. Yo en mi casa no tengo ni este techo, ni estos baños, ni el puchero que a ustedes les dan’”.

LA NACION recorrió esta semana el Centro de Inclusión de Parque Roca (Villa Soldati, al sur de la ciudad), donde actualmente viven cerca de 400 personas que estaban en situación de calle. Se usan como refugios enormes instalaciones que fueron construidas para los Juegos Olímpicos de la Juventud, en 2018. La mayor está dividida en tres sectores, cada uno con sus camas, separados por altos tabiques de madera: para familias, hombres que están en un aislamiento preventivo de 10 días y los que ya pasaron por esa etapa. El promedio de edad, sin incluir a los chicos, está entre los 30 y los 35 años. Otros centros agrupan a gente mayor. En el hall de entrada hay una mesa con personal de la salud.

Por día se distribuyen las cuatro comidas. Aunque los techos son muy altos, el lugar está calefaccionado y, por protocolo, ventilado. Durante la recorrida, todo parecía estar en orden: algunos conversaban, otros tomaban la merienda, otros dormían y, afuera, unos pocos se entretenían con una pelota de fútbol. Nada que ver, dicen, con el convulsionado clima que se vivía allí un año atrás, si bien cotidianamente surgen discusiones y hasta agresiones.

Mundos parecidos
Diego Gómez, de 36 años, es uno de los Espartanos que trabaja allí. Cuando lo convocaron, en enero, llevaba un año y medio en libertad. “Yo quería trabajar… Me llamaron una vez y después pasó un tiempo y me volvieron a llamar…”. Se quiebra y no puede seguir hablando. Baja la cabeza, llora. “A veces acá reniego, pasan muchas cosas… Pero me gusta ayudar. Eso lo aprendí adentro [en prisión]. Yo perdí a mi mamá, perdí un hijo, quiero ayudar”. Vuelve a quebrarse. “Tenés que estar preparado. El otro día una mujer dio vuelta una mesa. Hay gente que no está bien de la cabeza, pero lo nuestro es estar ahí”.

A su lado, Jonathan Coscia (28 años, en libertad desde hace cinco) habla de las dificultades con que se encuentran cotidianamente. “La gente viene de la calle, y dejar la calle les cuesta. Pierden su libertad. Yo estoy de noche, cuando llegan los nuevos. A veces, hasta 15 personas. Algunos llegan gritando, no se quieren bañar, no aceptan órdenes. Yo sé lo que sienten porque de chico viví muchos años en la calle. Intentamos convertirlos en líderes positivos y convencerlos de que pueden cambiar. Lo bueno es que venimos de mundos parecidos: nosotros los entendemos a ellos y ellos nos entienden a nosotros”.

«Yo sé lo que sienten porque de chico viví muchos años en la calle. Intentamos convertirlos en líderes positivos y convencerlos de que pueden cambiar. Lo bueno es que venimos de mundos parecidos: nosotros los entendemos a ellos y ellos nos entienden a nosotros»

Jonathan Coscia
César Gómez (39 años) tiene una vida tanto o más azarosa que cualquiera de las personas con las que hoy se encuentra en el refugio. A los 13 años ya consumía cocaína y salía a robar, a los 14 fue detenido por primera vez, después otras cuatro veces, hasta que en la Unidad Penal 48, de San Martín, conoció a los Espartanos y se convenció de que tenía que hacer un cambio desde la raíz. Cuando salió de la cárcel, en 2016, retomó la secundaria (“¡Me recibí hace tres días!”, festeja) y empezó a trabajar en una empresa de alimentación. Estaba bien, pero buscaba un cambio, algo que lo pusiera en contacto con gente a la que pudiera ayudar; de hecho, está por empezar la licenciatura en Trabajo Social. “Siempre me gustó trabajar con chicos, incluso trabajé con chicos discapacitados, y acá en el centro estoy en el sector de familias. A los pibes les hago hacer actividades recreativas y didácticas. Termino vinculándome muchos con ellos. Todos los días, cuando me voy, me abrazan y me dicen: ‘Por favor, quedate’”.

También los Espartanos necesitan asistencia para aprender a lidiar con la realidad que les toca enfrentar en los paradores. Una psicóloga habla con ellos todas las semanas. Lo llaman “apoyo emocional”. Fernando Casaravilla (25 años, desde hace dos en libertad) cuenta que, el año pasado, el robo de una remera generó una reyerta en cadena que parecía no terminar. “Volaban las camas por el aire y tuvo que venir la policía. Por suerte, hoy hay discusiones pero se arreglan hablando”.

Coordinador del sector de aislamiento de varones, Ezequiel Baraja (34 años, de los cuales 12 los pasó en la cárcel) dice que es peor vivir en la calle que entre rejas. “Cuando estás en la calle sos preso de vos mismo y te falta tanto lo material como lo afectivo. No tenés techo, ni comida, ni nadie que te contenga”.

«Cuando estás en la calle sos preso de vos mismo y te falta tanto lo material como lo afectivo. No tenés techo, ni comida, ni nadie que te contenga»

Ezequiel Baraja
Damián José Cano, cordobés, 30 años, era un “sin techo” hasta hace 7 meses. Su derrotero hacia ese abismo había empezado en abril del año pasado, cuando dejó un centro de rehabilitación para drogadictos porque había muerto su madre y quería volver a su casa. Pero ya regía la prohibición de circular y no lo dejaron entrar. Sin plata, tardó una semana para llegar a Once. Exhausto, se quedó dormido en un banco de la plaza, frente a la estación. Cuando se despertó le habían robado el bolso y el celular. “Estuve dos días sin comer, porque no sé mendigar”. Alguien le dijo que llamara al 108, la línea del Gobierno de la Ciudad para asistencia a personas en situación de vulnerabilidad social. Lo atendieron y le recomendaron que se presentara en Parque Roca.

“Entré acá y me llamó la atención la cantidad de gente. En Córdoba no es tan común vivir en la calle. Esa realidad me golpeó, me hizo recapacitar, poner los pies sobre la tierra. Llevo siete meses y puedo decir que esta es mi casa, porque encontré ayuda, tanto de la gente del gobierno como de los Espartanos. Estoy haciendo el bachillerato remoto y además si Dios quiere en poco tiempo me van a conseguir un trabajo. La verdad, me apegué a este centro y ya no quiero volver a Córdoba”.

Oderigo dice que los Espartanos ayudaron a poner orden y generar confianza en un lugar muy complejo, y que ahora, gracias a esa performance, han sido invitados a trabajar en institutos de menores.

Ayudar a otros
Más tiempo estuvo en el desamparo Cristian Ramírez (39 años, uruguayo). Un conflicto familiar, dice, lo dejó en la calle. “Andaba por todos lados, desde San Fernando hasta la avenida Corrientes, vagando… Vivía de changas y dormía donde podía. Un día me robaron todo: mochila, ropa, mi documento. Para peor, fue en plena cuarentena. Yo había venido a la Argentina porque este es el país de las oportunidades. Pero cada vez estaba peor. Tenía que hurgar en la basura en busca de comida. Dormía sobre un cartón. Un día llamé al BAP [Buenos Aires Presente, la línea 108) y al día siguiente pasaron a buscarme y me trajeron acá. Al principio me sentí raro, rodeado por desconocidos, pero encontré un techo, comida, baño, compañía. Hoy me gusta ayudar a otros. Me hace sentir útil. Ahora quiero reinsertarme en la sociedad. Ese es el panorama que me abrió este centro, aunque la convivencia no es fácil. A veces hay peleas por un pedazo de dulce”.

Oderigo dice que los Espartanos ayudaron a poner orden y generar confianza en un lugar muy complejo, y que ahora, gracias a esa performance, han sido invitados a trabajar en institutos de menores. “Cada vez que vengo a los paradores me reafirmo en que todos podemos hacer algo más allá de nuestro metro cuadrado. Como escuché por ahí, el idealista es el que comprende que su misión empieza donde su responsabilidad termina”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/en-los-paradores-de-los-sin-techo-un-reto-para-los-espartanos-nid06062021/

Un “cachivache”. Así se autopercibía Ezequiel Escudero hace siete navidades, en 2016. Y tenía razón: con 21 años, estaba tirado en la cárcel de Campana, refugiado en la leonera, un lugar de tránsito para los presos que aún no fueron ubicados en su pabellón. Intentaba recuperarse de las 45 puñaladas con las que lo habían recibido en el mismo penal tras resistirse a que le robaran las pocas pertenencias con las que llegó. Estefanía Arévalo también se sintió hundida en un pozo de angustia cuando tuvo que dejar de ver a su hija de 3 años para no exponerla a su dura cotidianeidad de presa. “Estar vivo en el infierno”, así describe Carlos Ponce su periplo por diferentes unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires.

Ellos tres, como otros miles de presidiarios y expresidiarios, encontraron en el rugby un camino de redención entre la oscuridad que se vive en las cárceles. Su salvación vino de la mano de la Fundación Espartanos, que promueve la práctica del deporte dentro de los penales como mecanismo de reinserción social de los presos.

Eduardo “Coco” Oderigo, un abogado de 53 años, ocho hijos y un pasado como jugador de la primera del SIC, es el alma detrás de la fundación. La ambición del programa no se condice con lo humilde de sus inicios. En 2009, Coco visitó el complejo de máxima seguridad de San Martín y salió entristecido. Desde hacía 15 años trabajaba en un juzgado penal y estaba acostumbrado a las historias de presos, pero no a la desesperanza que vio en la cárcel.

“Me gustaría enseñarles a jugar al rugby a los presos”, le dijo al director del penal. No tenía mucho plan, apenas una intuición de que el deporte podía ayudarlos. Los resultados le demostraron que estaba en lo correcto. El programa hoy se replica en 57 unidades penales de 21 provincias de la Argentina y en 15 penales del exterior, ubicados en España, Chile, Uruguay, El Salvador, Perú y Kenia. Estiman que, a nivel nacional, participan más de 2600 jugadores entre cárceles federales y provinciales. El número que más enorgullece a Coco es el de reincidencia. La media del sistema penitenciario argentino es del 65 por ciento. La de los Espartanos, del 5 por ciento.

El trabajo de la fundación continúa cuando las personas abandonan la cárcel. Enfrentados a la dura realidad de buscar empleo luego de años en prisión, los exconvictos luchan contra su falta de rutinas laborales y los prejuicios de la sociedad. Para ayudarlos, los Espartanos ofrecen programas de capacitación y contactos con empresas dispuestas a dar una segunda oportunidad. Ezequiel, Estefanía y Carlos son tres de los 100 espartanos que consiguieron trabajo gracias a la fundación.

EZEQUIEL ESCUDERO
“El rugby cambió completamente mi vida”

Luego de que en el hospital de Zárate le salvaran la vida tras recibir la navidad de 2016 con 45 puñaladas, Ezequiel Escudero volvió a la cárcel desnudo, convaleciente y hecho un paria. Uno a uno, los líderes de los diferentes pabellones -que en lenguaje tumbero se llaman limpiezas- lo fueron rechazando. No lo querían por conflictivo. Preso desde los 17 años y condenado por dos robos y un intento de homicidio, Ezequiel cargaba con un prontuario pesado, incluso para los estándares de la cárcel. Las autoridades del penal lo querían mandar con los evangélicos, pero él se resistía. Entre los “hermanitos”, como los llama, había demasiada bondad.

El limpieza del último de los pabellones se apiadó de él. Lo recibió y, de a poco, Ezequiel comenzó su resurrección. Como era peleador y le gustaba mantenerse en forma, fue retomando su rutina de ejercicios. Pronto notó que cuando terminaba su horario de entrenamiento, otros internos salían a jugar al rugby. No conocía el deporte, pero le gustó que hubiera choques y mucha disputa física. Sus primeras incursiones fueron fallidas, se peleaba y generaba problemas dentro de la cancha. Los entrenadores de los Legionarios, el equipo de rugby del penal de Campana que está asociado a la Fundación Espartanos, le fueron explicando el espíritu del deporte y domando su carácter. Hasta que Ezequiel entendió.

“El rugby cambió completamente mi vida”, dice hoy, con 28 años, dos hijos de 10 y 11 y un trabajo estable en el área de logística del Grupo Dass. Entre este presente de joven trabajador y aquel pasado de preso que encontró en el deporte un camino de salida a la ira acumulada durante años de encierro hubo otro momento definitorio: su salida en libertad.

Ezequiel dejó la cárcel el 1 de julio de 2021, con el total de los siete años de su condena cumplidos. “Nunca me dieron un beneficio y, pese a que había cambiado, entiendo que no me lo merecía”, explica. Lo primero que hizo una vez que salió fue ir a ver a su abuela Carmen, a la que adoraba, para mostrarle que era cierto lo que decían: se había recuperado y ya no era el chico malo que demostraba bravura juntándose con adultos que lo instaban a delinquir. Después, comenzó el desfile por la casa de sus padres, donde se había instalado, de familiares y amigos que también querían comprobar lo mismo.

Concluidos los cinco días de festejos y reencuentros, Ezequiel comenzó la ardua tarea de buscar trabajo. Su currículum era escueto: algunas changas como delivery de adolescente y una espacio vacío entre los 17 y los 24, su tiempo preso.

Pidió ayuda a los Espartanos, se capacitó en un programa de prácticas laborales para entender las nociones básicas de la cultura del trabajo, que desconocía, y entró al Grupo Dass. Hoy vive en San Fernando y sigue ligado al rugby. Juega de centro en el equipo de Espartanos en Libertad, que acaba de debutar en los torneos de la Unión Argentina de Rugby (UAR) con un segundo puesto en un torneo de equipos empresariales. “Ahora disfruto de mis hijos y disfruto del club, me encanta estar con los Espartanos”, indica.

ESTEFANÍA ARÉVALO
“El deporte era lo único que tenía para sacarme toda la ira”

Cuando la policía paró al colectivo en el que venía del pediatra con su hija de 3 años, Estefanía Arévalo entendió que era el fin. Desde hacía seis meses estaba prófuga y con pedido de captura por un robo que asegura que no cometió.

El padre de Francesca, su hija, había caído preso y la señaló a ella como coautora de un robo. Estefanía, que tenía 21 años y estaba en Mar del Plata cuando se enteró de que la policía la estaba buscando, volvió a Buenos Aires y primero se escondió en un hotel. Luego, en la quinta de un amigo, en Garín. Hacia allí volvía cuando cayó.

Durante tres meses y medio estuvo presa en una comisaría de Vicente López y su máxima preocupación era Francesca. Como el padre de la niña también estaba preso, tuvo que dejarla a cargo de su madre, que vivía lejos y apenas conocía a su nieta. Desconsolada, lloraba y se negaba a comer. Gracias a la ayuda de un amigo que le puso un abogado, Estefanía logró que un par de veces por semana la sacaran de la cárcel con la excusa de algún turno médico que aprovechaba para ver a su hija.

Pero luego llegó su traslado a la unidad 47, de San Martín. Ingresó al penal un día de lluvia y vio a un equipo de rugby femenino entrenando bajo el aguacero. “Eran una monas”, se ríe Estefanía. Pronto, sin embargo, ella era parte de ese grupo de mujeres detrás de una pelota ovalada. “Me aferré al deporte porque era lo único que tenía para sacarme toda la ira”, recuerda.

Pronto se inauguró el pabellón de las Espartanas, y Estefanía, que jugaba de wing, encontró su espacio de pertenencia. Entrenaba tres veces por semana, pero no veía a su hija. Francesca seguía al cuidado de su madre, que no podía llevarla hasta el penal. Además, Estefanía no quería que su hija la viera en esas condiciones. Sabía que ambas terminarían llorando. Ella ni siquiera pedía fotos, solo se comunicaba con su hermana para asegurarse de que estuviera bien. Era su manera de mantenerse fuerte.

Siguiendo la recomendación de su abogado, firmó una admisión de culpa y el 4 de julio de 2022, dos años después de que la apresaran, le concedieron el arresto domiciliario. Llegó a la casa de su madre sin avisarle a nadie y fue golpeando las diferentes puertas. “Era como la pensión del Chavo”, se ríe. Finalmente, se reencontró con su hija. “Estuve tres días mirándola, casi sin dormir. Y Francesca no me dejaba ni ir al baño”, se emociona.

A la alegría del reencuentro con su hija pronto le llegó la desesperación por no poder mantenerla. El arresto domiciliario la obligaba a estar ocho meses sin salir de la casa, lo cual le impedía trabajar. Carente de recursos, tomó un trabajo como cajera en un restaurante, hasta que un sábado a las 7 de la tarde le avisaron de su casa que la policía la estaba buscando. Llegó lo más rápido que pudo, explicó que tenía que darle de comer a su hija y el policía le advirtió que no volviera a escaparse.

Cumplida su condena, los Espartanos la ayudaron a conseguir empleo. Hoy trabaja en una estación de servicio de YPF y sigue jugando al rugby. “Me relaja mucho, me distrae, es como un escape”, dice. Su hija Francesca también juega.

CARLOS PONCE
“Yo era un preso malo”

Carlos Ponce tenía dos oficios. De día era ayudante de carnicero en el negocio de su padre. De noche, ladrón. A los 18 años, la segunda de sus ocupaciones lo llevó a la cárcel, condenado por robo calificado. “Yo era un preso malo”, rememora hoy, con 38 años. En muchos de los pabellones que le tocaron fue el referente de los internos -tenía “carnet de limpieza”, como se dice en la jerga- y se enfrentó a otros internos, o a las autoridades.

Sobre el final de su condena lo trasladaron a la cárcel de San Martín y la primera mañana escuchó gritos. Pensó que se estaban peleando, pero cuando se asomó vio a un grupo de presos revolcándose en el piso, disputando una extraña pelota ovalada. Era un entrenamiento de los Espartanos. Carlos nunca había jugado al rugby, pero averiguó entre conocidos que tenía en el penal -su cuñado, vecinos del barrio- y se sumó.

En una hoja le dibujaron las posiciones y, como era rápido, se ubicó de wing. El rugby, dice, le cambió la vida. “Me dejaba la mente en blanco, me sacaba de problemas”, recuerda. En los pabellones por los que había transitado eran habituales las noches sin dormir, con una mano en la faca, bajo la tensión de saber que en cualquier momento podían atacarlo. En el de los Espartanos, en cambio, vivía tranquilo. “Tomás tereré y andás de ojotas. Dejás tus zapatillas y al otro día siguen ahí”, se ríe.

El 18 de diciembre de 2015, ni un día antes del final de su condena, Carlos recuperó la libertad y comenzó a transitar un nuevo desafío: no volver a delinquir. Se pasó todo el verano en la casa y empezó a ponerse nervioso. Sus antecedentes le dificultaban las posibilidades de trabajo y tuvo miedo de volver a caer. “La delincuencia me abría dos caminos: volver a la cárcel o que me encontraran dos metros bajo tierra”, reflexiona.

“Quiero trabajar, Coco”, le dijo en marzo de 2016 al fundador de los Espartanos. Gracias a las gestiones de la fundación consiguió empleo en una fábrica y, al tiempo, su actual ocupación en el Banco Macro. “Ser un trabajador -dice Carlos- es algo nuevo para mí. Siempre estuve rodeado de delincuentes y ahora me llena el corazón que mis compañeros del banco me inviten a sus casas.”

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/estaba-vivo-en-el-infierno-estaban-condenados-y-enojados-pero-gracias-al-deporte-hoy-estan-libres-y-nid23122023/#/