La Fundación Espartanos inaugurará mañana un auditorio en la Unidad 48 de San Martín, un penal de máxima seguridad del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB). Será el primer espacio de este tipo construido en una cárcel en la historia argentina.

“Es histórico, inédito y nos da esperanza”, expresó la directora ejecutiva de la fundación, Dolores Irigoin. Explicó que el auditorio será un punto de encuentro entre “el afuera y el adentro”, un lugar fundamental para conocer a las personas –los presos– y sus historias, y “dejar prejuicios” atrás.

Allí, tanto empresas como organizaciones podrán desarrollar charlas, programas y actividades para encontrarse con las personas que forman parte del programa Espartanos. El encuentro inaugural será mañana, entre las 13.30 y las 15.30.

El auditorio tendrá una capacidad para 600 personas y será un sitio de encuentro entre el sector privado, el público y la sociedad civil. La obra se financió con fondos privados y el sitio elegido tiene que ver con el punto donde Espartanos inició sus actividades en 2009 de la mano del abogado Eduardo “Coco” Oderigo, que en una visita al penal quedó impactado por las condiciones de vida de los presos. Él tuvo la idea de introducir el deporte –concretamente, el rugby–, como manera de generar comunidad, fomentando los valores del respeto, la humildad, el compañerismo, la honestidad y la perseverancia.

Según el sitio web fundacionespartanos.org, en 2016, con el apoyo de voluntarios, donantes y empresas se creó la Fundación Espartanos y se logró consolidar un programa integral de reinserción social que ayuda a bajar los índices de reincidencia de un 65% al 5%, cambiando la vida de familias enteras, de sus comunidades y de la sociedad en general.

“Si ayudás con Espartanos, colaboras con vos mismo, porque contribuís a que el día de mañana no reincidan y que no les transmitan violencia a sus hijos”, expresó Irigoin. Y agregó: “Los espartanos no quieren que sus hijos vivan lo mismo”. El programa es un caso de éxito, se replica en 58 cárceles de la Argentina y en otros seis países.

“Acá, al conocer sus historias, muchas veces bravísimas, de abusos, violencia y abandono, logramos empatizar”, manifestó Irigoin. Desde la fundación trabajan día a día para mostrarles a las personas privadas de su libertad que hay “un camino distinto” y que ellos pueden “reescribir su historia”, brindándoles oportunidades como la educación y una inserción sociolaboral amena.

Trabajamos para alentarlos a cambiar su vida”, sintetizó Irigoin, que hizo hincapié en la importancia de acercar a las empresas a que tomen contacto con los presos y les ofrezcan oportunidades laborales: “hoy las estadísticas son claras, el 70% reincide con un delito igual o mayor que aquel por el cual se los condenó en una primera instancia, por la dificultad de que encuentren empleo”. Por este motivo, consideran fundamental que las empresas “digan sí a las segundas oportunidades”, para bajar las estadísticas de reincidencia. Según la directora ejecutiva, muchos presos “no eligieron” el camino que los puso tras las rejas, sino que fue “el único que tenían, porque en sus casas mamaron violencia”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/seguridad/iniciativa-de-espartanos-inauguran-un-auditorio-en-una-carcel-de-san-martin-el-primero-en-la-nid30112023/

Por tercer año consecutivo se puso en marcha días atrás la campaña #ElOtroFrío que impulsan el Consejo Publicitario Argentino junto a la Fundación Espartanos, La Sachetera, Caminos Solidarios Argentina, Amigos en el Camino. La iniciativa busca recolectar la mayor cantidad posible de sachets de lech y yogur vacíos y limpios para luego transformarlos en protectores aislantes que serán repartidos entre las personas que viven en situación de calle de modo a ayudarlos a aliviar el frío.

Nuevamente los protectores aislantes serán confeccionados por personas privadas de su libertad alojadas en el Penal de San Martín. Desde el 6 de junio pasado y hasta el próximo 6 de julio se recolectarán en distintos puntos de la Ciudad y el Gran Buenos Aires los sachets vacíos.

“Lo más valioso de esta campaña es que te invita a ser parte y a su vez te transforma, porque en el momento en el que las personas deciden no tirar el plástico a la basura y darle una segunda oportunidad, empiezan a incorporar hábitos nuevos, a cambiar la mirada y tener más empatía con los demás”, aseguró Goga Dodero, Fundadora de La Sachetera.

Una vez finalizada la etapa de recolección, todo el material recaudado será enviado al Penal de San Martín para ser procesado por los internos. La novedad este año es que el servicio penitenciario aprobó que la producción de #ElOtroFrío funcione durante todo el año y que se inaugure un taller de costura en el penal, lo que permitirá que puedan capacitarse con La Sachetera y aprender a confeccionar otros productos más elaborados.

En la última edición de #ElOtroFrío se recolectaron 462 mil sachets vacíos que sirvieron para confeccionar 2.000 protectores aislantes. En 2022 se buscará superar este número, tener más puntos de recolección y lograr así más cantidad de aislantes producidos.

A su vez, este año ya fueron entregados durante los primeros fríos muchos de esos aislantes que se confeccionaron durante el verano.

Caminos Solidarios Argentina y Amigos en el Camino hacen las recorridas nocturnas ayudando a las personas en situación de calle, acercándoles un plato de comida caliente, artículos de higiene, abrigo y los protectores aislantes de #ElOtroFrio.

¿Cómo funciona #ElOtroFrío?

Hasta el próximo 6 de julio, quienes quieran formar parte de la campaña pueden depositar sus sachets de leche o yogur vacíos y limpios en alguna de las urnas ubicadas en los puntos adheridos tanto en la Ciudad de Buenos Aires como en el Conurbano bonaerense.

Antes de llevarlos a las urnas, se requiere cortar los sachets por los bordes, abrirlos, lavarlos con detergente y, finalmente, dejarlos secar.

Luego de la recolección, las urnas serán llevadas al Penal de San Martín.

Allí, unas 800 personas privadas de su libertad, miembros de los Espartanos, recibirán los sachets y fabricarán con ellos los protectores aislantes. La Sachetera fue la organización encargada de capacitarlos y transmitirles su know how para la reconversión del plástico en diferentes elementos de protección.

Por último, Caminos Solidarios Argentina, Amigos en el Camino y su red de voluntarios, distribuirán los protectores aislantes a personas en situación de calle del AMBA. También serán parte del equipo de distribución los «EXpartanos», miembros del equipo de Espartanos y Espartanas que ya salieron en libertad.

¿Dónde llevar los sachets?

Podés encontrar los puntos de recolección, la forma en que se deben entregar los sachets y toda la información sobre esta iniciativa en: https://www.instagram.com/elotrofrio/.

Fuente: https://www.minutouno.com/sociedad/solidaridad/piden-donar-sachets-leche-vacios-los-que-confeccionan-aislantes-personas-situacion-calle-n5460246

Este viernes 26 de agosto a las 14 la Fundación Espartanos, que se dedica a la reinserción social de personas privadas de su libertad a través del rugby, brindará en el Congreso de la Nación una charla sobre su experiencia de trabajo en las cárceles. La diputada María Luján Rey y el diputado Fabio Quetglas serán los anfitriones del encuentro.

Buenos Aires, 22 de agosto – El viernes 26 de agosto a las 14 hs. se brindará la charla “Fundación Espartanos: experiencias alternativas para personas privadas de su libertad” en donde Eduardo Coco Oderigo, pionero, y Dolores Irigoin, directora ejecutiva de la fundación, contarán sobre la experiencia de trabajo de más de una década en cárceles de la Argentina. Los diputados nacionales María Lujan Rey y Fabio Quetglas ofician de anfitriones. El encuentro se realizará en el salón auditorio del anexo del Congreso de la Nación.

El programa Espartanos se lleva a cabo en 68 unidades penales de 21 provincias del país. Participan más de 3000 jugadores y cerca de 1000 fueron capacitadas en los cursos dictados por la Fundación. Gracias a esto 225 espartanos se encuentran trabajando de manera formal en la actualidad.

Las estadísticas marcan que el porcentaje de reincidencia con el programa Espartanos disminuye al 5%, mientras que sin el programa es del 65%. La iniciativa tiene más de 650 voluntarios, es replicada en 7 países y cuenta con 100 empresas empleadoras.

Fuente: https://www.parlamentario.com/2022/08/24/la-experiencia-espartanos-llega-al-congreso/

A Daniel Osvaldo Oro (41 años), la vida se le complicó temprano. Tenía seis meses cuando su madre les pidió a unos chicos que estaban en la esquina de su casa, en la villa Santa Ana, de Boulogne, que se lo cuidaran mientras hacía unas compras. Nunca volvió.

Fue la primera estación de un largo vía crucis. Aquel día quedó al cuidado de uno de esos chicos, pero por pocos meses. Se enteró su abuela paterna y lo llevó a vivir con ella. Crecer allí fue la segunda estación: la abuela era alcohólica y violenta, igual que sus tíos. Todos le pegaban, y su padre, albañil, que aparecía cada tanto, era el que le pegaba más fuerte. “Me golpeaba como si yo fuera una persona grande”.

Oro –”alias Piguyi”, se lee en el prontuario– conoció en esa casa la ley de la selva, y el más débil era él. “Como yo era el hijo de nadie, cobraba…”. Dice que la forma que tenían de educarlo era esa: a las trompadas.

Hasta los 18 años estuvo entrando y saliendo de institutos. Nunca fue abusado, pero le tocó ser testigo de muchos casos. “Era terrible: escuchaba los gritos de pibes que eran sometidos por otros internos”. Cuando lograba escaparse, no volvía a su casa, o solo iba de visita. “No me quedaba a dormir porque enseguida empezaban la música, el alcohol, la violencia”. Vivía en la calle unos meses –dormía en estaciones de trenes, en plazas, tapándose los pies con bolsas de consorcio cuando hacía mucho frío–, hasta que volvía a ser detenido. En esos tiempos robaba cadenas, mochilas, carteras… Para él, robar era la forma de crecer. “Quería ser grande, y así me sentía grande”.

A partir de los 18 años, la dinámica que lo tenía atrapado, calle-institutos, cambió por calle-cárceles; y cada vez más tiempo adentro y menos afuera. “Nunca estuve un año entero en libertad. Como mucho, nueve meses”. Cuando salía, su único deseo era volver a las andadas. Jamás se planteó trabajar. “Llegué a amar tanto la delincuencia que la consideraba un trabajo. Lo hacía a conciencia, le dediqué tiempo y esfuerzo”. A la cocaína se le unieron marihuana y pastillas. Pero él y los que lo acompañaban tenían prohibido consumir antes de robar, “para no perder lucidez y reflejos”.

Unido a bandas, fue convirtiéndose en un asaltante profesional, especializado en la modalidad del escruche (casas sin gente). “Yo con un destornillador y una llave francesa no hay lugar al que no pueda entrar. Nunca llevé armas. Mis armas eran esas”. Calcula que intervino en más de mil casos. Se movían por las zonas norte y oeste del conurbano. “Íbamos en autos con vidrios polarizados. Yo con esta cara no podía andar dando vueltas por San Isidro”.

Llegó a tener mucha plata, pero se la gastaba en drogas, autos… “La administraba mal: la usaba para comprar cariño, amor, para comprar amigos”. Su mayor botín fue un millón de pesos (hace cuatro años) en joyas de oro que estaban escondidas en una cocina.

“Esparta”

En una de sus entradas a prisión, cuando tenía 26 años, fue llevado a la Unidad Penitenciaria 48, de San Martín. Allí, al año siguiente, nació Espartanos, la fundación creada por Eduardo “Coco” Oderigo para que el rugby sea en las cárceles instrumento de transformación personal y reinserción social. Oro, que no había visto una pelota ovalada en su vida, formó parte del equipo de esa unidad, atraído por lo que transmitía Oderigo y también por curiosidad. Conoció los valores del rugby –respeto a las reglas y a la autoridad, trabajo en equipo, solidaridad, disciplina–, le gustaron, pero todavía lejos estaba de sentirse influido por ellos.

Vivió esa experiencia unos pocos meses: durante una reyerta entre internos fue apuñalado y lo trasladaron a otro penal. Nada cambió en los años siguientes: libertad, cárcel, libertad, cárcel… Una década después volvió a la Unidad 48, y otra vez se unió a Espartanos, que no es solo un equipo: la formación incluye charlas, talleres, asistencia espiritual. Ahí, por primera vez, vio que algo se movía en su interior. “Cuando volví a Esparta [así lo llama coloquialmente] empecé a plantearme que nunca había formado una familia. Había tenido novias, tres hijos, pero no un hogar. Me dieron ganas de estar con una mujer a la que amara y que ella me amara a mí”.

La encontró. Todavía estaba preso cuando, a través de Facebook, conoció a Yanina, tres años mayor que él. “Hablábamos mucho. Tuve diálogos con ella que no había tenido con nadie. Le conté de mi vida, de mis sentimientos. Yo no buscaba una mujer, perdón que lo diga así, con culo y tetas, sino con un gran corazón. Yanina fue esa mujer. Tiene cáncer, tiene muchas otras enfermedades, en un incendio de su casa perdió a sus tres hijos, pero sigue siendo positiva. Es única”.

A pesar de eso, al recuperar su libertad, a mediados de 2018, al cabo de una condena de tres años y ocho meses, no se planteó dejar de robar. Oderigo le propuso acercarse a la Fundación para que lo ayudaran a conseguir trabajo, pero él tenía otros planes. El mismo plan de siempre.

Solo cambió la modalidad: dejó las bandas y empezó a salir solo. Hacer las cosas por su cuenta lo llenó de orgullo. Fue un furioso raid delictivo: en 9 meses asaltó unas 100 casas, muchas en su barrio, en Munro. Llegó a robar dos al mismo tiempo, yendo y volviendo de una a otra. Hasta se animó a entrar en una cuyo terreno era lindero con la comisaría de Munro. “Yo era feliz. Quería superarme a mí mismo, sentía que era mi mejor momento. Mi egoísmo era tan grande que mi mujer sufría y yo no me daba cuenta. Me gloriaba de lo que estaba haciendo”.

Decisión fatal

En medio de ese frenesí hizo otro cambio en el modus operandi, que resultaría fatal: decidió entrar en casas en las que hubiese gente. “Personas vulnerables, a las que pudiera reducir fácilmente. Eso me llevó a usar la violencia. No les pegaba, pero para atarlas a veces necesitaba ser violento”.

En la madrugada del sábado 15 de febrero, hacia las 3.30, entró a robar en lo de una jubilada de 82 años, Lucía Ciarlitto, que estaba durmiendo. La ató de pies y manos, la amordazó y la dejó acostada. Encontró algo de dinero y una pulsera de plata. Cuando volvió al cuarto, la señora se había caído. “Estaba al costado de la cama, en el piso, pero la vi y estaba bien. Entonces me fui”. Caminó tranquilamente hasta su casa: doce cuadras.

A la noche del día siguiente, domingo, se puso a ver televisión. De pronto, en C5N informaron de un robo y asesinato en Munro, y mostraron el frente del chalet. Lo reconoció inmediatamente: era el que él había asaltado. A Lucía Ciarlitto la habían encontrado tirada junto a su cama, muerta. Todavía estaba atada. Oro saltó de la silla, agarró plata y se fue a lo de una hermana de Yanina en Villa Rosa (Pilar). “Pero la policía fue a buscarme a mi casa [había sido identificado por las cámaras de seguridad], apretaron a mi mujer, que tuvo que confesar dónde estaba yo, y me detuvieron”.

Eran tiempos de pandemia y cuarentena. Por eso y por mal comportamiento, lo iban pasando de una comisaría a otra. En su cabeza estallaron dos certezas: que lo esperaba una condena de por vida y que su conciencia cargaba con el peso insoportable de una muerte. Pero la nueva realidad –la más feroz estación de su vía crucis– le sirvió para ordenar las ideas e iniciar un proceso que lo convertiría en una persona radicalmente distinta.

La transformación se hizo evidente a la hora de enfrentar el juicio, hace un año: cuenta que no fue a defenderse, sino a admitir su culpa, a pedir perdón y a confesar otras decenas de robos que había cometido, porque necesitaba sacarse esa mochila de encima. Pero lamenta que el tribunal no lo haya dejado disculparse; tampoco atendió su autoimputación.

Fue sentenciado a reclusión perpetua.

“Me merecía esto. Yo provoqué la muerte de la señora, yo fui inhumano, yo causé el dolor de su familia y sus amigos. No merezco estar en libertad”, dice hoy a LA NACION en un pabellón de la Unidad 23, de Florencio Varela. El recuerdo de ese crimen lo tortura. “No hay día que no lo tenga presente. La semana pasada estuve tan angustiado que durante cuatro días enteros me quedé encerrado en la celda”.

Su objetivo es concientizar a otros reclusos. “Cuando supe que iba a envejecer y morir acá, caí en la cuenta de que podía ayudar a mis compañeros de cárcel para que no les pasara lo mismo. Ellos sí están a tiempo. De cada 100 que roban, 99 terminan presos y sin familia. No se pueden permitir eso. Entonces me acordé de lo que había aprendido con Esparta. Con ellos aprendí algo mágico: que se puede cambiar, que hay otra oportunidad. Lo llamé a Santi [Santiago Cerruti, de la Fundación Espartanos] y le dije: enséñenme a enseñar”.

Se le ocurrió llevar el rugby a su pabellón. Hoy, de los 50 internos, 20 (más 10 de otros pabellones) juegan en el equipo, al que bautizaron Los Halcones. Algunas veces compiten con equipos de otros penales. Voluntarios de la Fundación asisten a la cárcel de Florencio Varela todas las semanas para guiar entrenamientos y charlas: coaching deportivo y, sobre todo, existencial.

La revolución

“En 20 años yo viví muchas revoluciones en las cárceles, de todo tipo, pero jamás vi una revolución como la del rugby. El rugby vino a cambiar a los presos. Por ejemplo, el preso no llora. El que llora es débil, y la cárcel es para los duros. Y el preso tampoco habla de lo que siente, de lo que le pasa en su interior. Con Esparta aprendimos a llorar y a contar lo que sentimos”.

“Piguyi” es allí un líder natural. “Es el que más ha hecho para que en nuestro pabellón no reine ese clima de violencia que siempre hay en las cárceles. Acá no hay robos, no hay peleas, convivimos muy bien”, cuenta uno de sus compañeros. “Siempre dice que si dos se pelean, no hay un ganador: hay dos perdedores”.

Cuando llega el momento más esperado por Los Halcones, ir a jugar partidos a otras unidades, Oro, titular indiscutido en su puesto de wing, no va. “Esas salidas dan aval [para reducción de la condena], y a mí el aval, por tener una perpetua, no me sirve de nada. Prefiero que lo aproveche otro”.

A los 41 años, si mira hacia atrás encuentra poco y nada para rescatar; apenas haber convivido nueve meses con Yanina. A su padre lo vio por última vez hace cinco años; a su madre, la que lo abandonó de recién nacido, la conoció por una foto hace dos años; tiene once hermanos, pero no conoce a ninguno; a sus dos hijos menores, de 8 y 6 años, los trató muy poco, por haber pasado tanto tiempo en la cárcel, y el mayor, de 22, no quiere saber nada con él.

Si mira hacia el futuro, solo ve rejas. A los 73 años podría quedar en libertad condicional, pero está convencido de que va a morir antes. “Tengo un cuerpo muy maltratado, con cicatrices por todos lados. No creo que resista”.

Dice que, en su situación, solo le queda encontrar cosas que lo alimenten para seguir viviendo. Una de ellas es ver cómo han evolucionado las conversaciones en el pabellón. “Antes, lo normal era hablar de las cosas que habíamos robado. Si era un auto, enseguida venían los comentarios: que la palanca de cambio, que los neumáticos, que esto y lo otro. Ahora nos juntamos en los desayunos, en los almuerzos, y hablamos de los tacles que hicimos, de los tries, de cómo pasar mejor la pelota. Hasta los que no juegan se interesan. El rugby nos revolucionó. Nos cambió”.

Lo que más lo consuela es pensar que su vida puede ayudar a rescatar otras vidas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/no-merezco-la-libertad-tiene-cadena-perpetua-por-matar-a-una-jubilada-pero-el-rugby-lo-redimio-y-nid21082022/

La reinserción en la sociedad luego de estar en prisión durante un largo tiempo es un desafío difícil que muchas personas deben afrontar. Tras años de vivir en un ambiente hostil, tienen que volver a incorporarse y acatar los requerimientos de la sociedad. Muchos no lo logran por diversos motivos, mientras que otros, con ayuda y apoyo de sus seres queridos u ONGs, sí lo consiguen. Este fue el caso de Tatiana Ruiz Díaz, quien a través del deporte le encontró un nuevo sentido a su vida.
“Cuando quedás en libertad tenés dos opciones: caer en la misma o salir adelante. La mayoría están muy solos y no encuentran el camino ni alguien que les diga: ‘Che es por acá’. Los mensajes que escuchamos son: ‘Dejalo, si en una semana se vuelve a drogar’. Uno se cree eso y vuelve a caer”, reflexiona en diálogo con LA NACIÓN“Tati”, hoy referente de las Espartanas, un equipo de rugby para hombres y mujeres en situación de cárcel.
Tatiana nació en Lomas de Zamora, donde pasó su infancia y juventud. “Siempre fui una persona depresiva y a los 16 o 17 años me recetaron una medicación que se me hizo una adicción”, cuenta y resume: La adicción me llevó a la calle, la calle a un montón de cosas malas como delinquir y, como no podía ser de otro manera, eso terminó mal”.

A esa corta edad y debido al consumo excesivo de drogas, fue quedándose sola y perdió la contención de su círculo íntimo. Como ella misma contó, en aquellos años negros en los que vivió en un ambiente hostil, fue detenida al cometer un delito y, a sus 18 años, terminó en prisión.
Con un sistema penal que dista mucho de trabajar la reinserción a la sociedad, salvo exceptuados casos, sus problemas de adicción, depresión y violencia, aumentaron. “Ahí no hay ayuda. Adentro estás a la deriva. Para muchos de los que trabajan en las cárceles, los privados de la libertad somos nada, somos una larva o unas lacras y no creen en la posibilidad de que podamos cambiar”, sentencia Ruiz Díaz.
“Yo era muy chica y venía de un ambiente duro. Me metía en problemas todo el tiempo, vivía en los buzones sin poder ver a mi familia ni a nadie. Por eso me trasladaban de un penal a otro y pasaba mucho frío, hambre y días sin poder bañarme”, cuenta. Estos comportamientos hicieron que tildaran a Tatiana de “problemática” y, según afirma, “una vez que te lo ganás, no te lo sacás nuca más”.
Así sufrió sus primeros tiempos en detención hasta que fue traslada a la Unidad 47 de San Martín y su vida cambió.

El fondo, Espartanos y el rugby

Llegó un momento en el que toqué fondo. Ese mambo en el que estaba de la droga, de un dolor y un sufrimiento muy grande no podía terminar de otra manera. Pero una vez que te das cuenta de eso, solo queda progresar”, reflexiona “Tati”. Al llegar a un nuevo penal, se topó con el rugby y la Fundación Espartanos.
La entidad persigue cuatro objetivos principales: Fomentar la educación en personas privadas de su libertad, acompañarlas en su formación personal y espiritual para su reinserción en la sociedad, transmitir los valores de deporte bajar el índice de reincidencia delictiva en la Argentina.
Con esto se encontró Ruiz Díaz en el 2016. “El rugby me hacía bajar los mil cambios que tenía encima. Siempre fui muy impulsiva y me enojaba fácil. Pero ahí empecé a pensar en mí y a relajarme. Ya había sufrido mucho los años anteriores. Entonces esperaba el entrenamiento o los partidos y dejaba todo ahí. Me golpeaba, me caía y me levantaba. Encontré la forma de calmar mi ira, mi dolor”, asegura.
Para que la Fundación funcione de la mejor manera necesitan ayuda dentro de la cárcel. Y en Tatiana encontraron esa pieza fundamental. “Caro Dunn (integrante de la Fundación), con quien nos hicimos grandes amigas, me pidió que le diera una mano en armar todo el equipo y la actividad del rugby adentro. Y me dijo que confiaba en mí para llevar adelante el proyecto y fue re groso. Era la primera vez en mi vida que alguien confiaba en mí”, reconoce.
Allí pasó sus próximos tres años y llegó a ser la referente de pabellón. Dejó las drogas, los malos hábitos y encontró en el rugby el motivo para mejorar. Sin embargo, debido a lo que sostuvo anteriormente, una vez que alguien gana un cartel en situación de encierro es muy difícil quitárselo, volvió a ser trasladada.
“Fue el lugar en el que más tiempo estuve y realmente estaba muy bien. Pero por distintos motivos que todavía no quedan claros, decidieron moverme otra vez y me llevaron a un penal donde no había rugby. Fue durísimo”, narra Tatiana en diálogo con LA NACIÓN.
Pero el golpe no iba a hacer que caiga nuevamente en el sitio que tanto había sufrido. Con la confianza y el apoyo incondicional de Dunn, “Tati” tomó las riendas del proyecto del rugby en el nuevo penal. “El profe de educación física no sabía mucho del deporte, así que él se encargó de preparamos físicamente y yo enseñaba el juego”, explica.
No obstante, un mes después de haber puesto en marcha el nuevo proyecto, fue trasladada al penal de Florencio Varela donde dejó de practicar la actividad. Allí pasó sus últimos años de condena y el 23 de diciembre del 2020, recuperó su libertad.

El desafío de la reinserción

“El rugby se convirtió en todo para mí. Ni bien salí, Caro me recomendó el club Lomas y me anoté enseguida. No quería dejar de jugar porque era lo que me había ayudado a sobrevivir adentro”, cuenta. Al mismo tiempo, recibió una ayuda económica del padre de su hermano y comenzó un emprendimiento de venta de ropa.
Mientras daba sus primeros pasos tras vivir casi una década en prisión, Carolina Dunn y la Fundación le ayudaron a armar su currículum para conseguir trabajo. A través de un programa que llaman “Tercer tiempo”, llegó a un parador que aloja a gente en situación de calle que fue un golpe de realidad para “Tati”.
“Siempre fui una persona que me quejé mucho de llena. Y me tiré a lo peor de llena. Ahí conocí a personas con historias increíbles y pensaba: ‘Che, loco, ¿cómo hacés para seguir de pie y luchándola?’. Fue duro pero me hizo muy bien, me enamoré de ese trabajo y empecé a sentirme útil”, explica.
Me tuve que hacer fuerte sí o sí porque tenía que estar bien para ayudarlos y me costó un montón porque siempre fui una persona depresiva. Empecé a entender cosas de la vida que no conocía”, reflexiona. Luego de renovar en algunas ocasiones su contrato, a pesar de recibir ofertas de empresas que podían pagarle mejores sueldos, finalmente se abrió la oportunidad de acceder a un puesto en el mismo trabajo, pero desde el gobierno. “Pasé a tener mejores condiciones de trabajo, me pagaban mejor y en blanco”, manifiesta.
Con el nuevo puesto, la venta de ropa y el rugby, “Tati” fue reincorporándose a la sociedad. Es muy difícil porque nunca había tenido que cumplir horarios o levantarme temprano para no llegar tarde. Son cosas que para la mayoría son diarias, pero para muchos otros son completamente desconocidas”.
Y en medio de este proceso, llegó una posibilidad que no dejó pasar. Como siempre en el progreso de “Tati”, Carolina Dunn volvió a acercarle una nueva oportunidad. En la Unidad 40 de Lomas de Zamora había un equipo de rugby que entrenaba pero no tenían una estructura, por lo que Ruiz Díaz fue la primera candidata para afrontar el desafío.
“Caro me llamó y me preguntó a ver si me animaba. Yo no estaba muy segura, pero lo hice. Hablé con el club y el cuerpo técnico, y algunas compañeras se coparon para colaborar y así empezamos a entrenar el equipo y a conseguir partidos para que salgan a competir”, explica y agrega: “Caro me dijo que la haría la mujer más feliz del mundo si lo hacía. Y lo hicimos. Fue como cerrar una historia muy triste con un final feliz”.
Tras casi dos años de haber salido en libertad, “Tati” le cuenta a LA NACIÓN el gran impulso que le dio el deporte y la Fundación a su vida: “Encontré el motivo, el propósito y el por qué de lo que viví. Hay muchas chicas que están solas, que no tienen a nadie, a las que les sueltan la mano. No les dan una oportunidad. Está bueno creer que sí se puede”.
Mientras por su cabeza pasan un montón de recuerdos duros y otros felices, Tatiana logró aprender de sus vivencias, superó las adversidades y siente el impulso de ayudar a otras personas para que puedan salir adelante. “Muchos nos van a cerrar las puertas, pero creo que la clave es encontrar algo que te guste y que le dé sentido a tu vida. Que te mueva. De esta manera, la reinserción y poder salir adelante es posible. Como digo siempre, hay que creer que se puede”, afirma.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/deportes/rugby/a-los-18-termino-presa-pero-encontro-en-el-rugby-un-escape-que-lo-cambio-todo-me-ayudo-a-sobrevivir-nid05082022/

Un nuevo hito en la historia de los Espartanos se produjo el martes, cuando un combinado conformado por integrantes del equipo que ya se encuentran en libertad viajó a Uruguay a enfrentarse con Fénix, conformado por reclusos de una penitenciaría de Maldonado, encuentro que contó con la presencia del presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou.

Los Espartanos son un equipo que nació en la Unidad Penitenciaria Nº48 de máxima seguridad de San Martín, Buenos Aires, y se extendió por toda la Argentina a través de un programa que, a través de la práctica del rugby, busca mejorar la calidad de vida de las personas privadas de su libertad durante su estadía en la cárcel y los ayuda en la reinserción social.

“Fue una experiencia increíble tanto para los Espartanos reinsertados en argentina como para los de Fénix”, contó a LA NACION Eduardo ‘Coco’ Oderigo, fundador de la Fundación Espartanos. “El presidente Lacalle Pou se quedó durante las tres horas del evento, comprometió a los directivos del Servicio Penitenciario a continuar con esta herramienta del rugby dentro de las cárceles y mostró el ejemplo de Espartanos en la Argentina”.

Se trató de la segunda experiencia internacional de los Espartanos, que en 2015 viajaron a Italia, donde visitaron al Papa Francisco en el Vaticano y jugaron un partido en la cárcel de Turín ante el equipo de La Drola y otro ante Capitolina de Roma.

El encuentro se disputó en el Campus Municipal de Maldonado y contó con la presencia del Ministro del Interior Luis Alberto Heber además de la del presidente, entre otros. Lacalle Pou fue el encargado de dar la patada inicial. “Un gobernante o cualquier persona que preste un servicio, tiene que tener algo presente y este evento es una demostración: no hay que dar a nadie por perdido, todo el mundo merece una segunda oportunidad”, dijo.

Para Fénix, equipo de la Unidad de Rehabilitación 13 “Las Rosas” de Maldonado, se trató de su primer partido extramuros y, para los Espartanos, el primero en Uruguay. En el encuentro, los Espartanos obtuvieron la victoria con un marcador 22-5, y compartieron sus historias de reinserción para inspirar a otros a seguir un camino lejos del delito.

“Todo lo vivido fue positivo”, enfatizó Oderigo. “Viajaron 16 Espartanos reinsertados en sociedad y todos con trabajo actual. Alrededor de 500 personas presenciaron el partido, entre ellos alumnos de un colegio a los que el miércoles les damos una charla. El partido fue muy intenso, pero no hubo un sólo gesto negativo durante su desarrollo, que tuvo tres tiempos de 30 minutos.”

El Club Lobos de Punta del Este oficia de anfitrión de los Espartanos durante su gira y está pactada la realización de un amistoso entre ambos, entre otras actividades como visitar un instituto de menores en Colonia Berro, donde la asociación civil Halcones está dando sus primeros pasos replicando el programa Espartanos, y asistir a partidos de la Superliga Americana de Rugby por invitación de la Unión de Rugby del Uruguay.

El modelo Espartanos nació en 2009 en la cárcel de máxima seguridad de San Martín, provincia de Buenos Aires, y hoy es replicado en 49 unidades penitenciarias de 21 provincias de la Argentina. Desde 2019, Fundación Fénix replicó el programa integral Espartanos en la Unidad 13 “Las Rosas”. A su vez, es implementado en otros cinco países: Chile, El Salvador, España, Kenia y Perú.

El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, presenció este martes por la mañana un partido de rugby carcelario que se realizó en el Campus de Maldonado y protagonizó un blooper.

En el video que llegó a TN y La Gente se lo ve al mandatario uruguayo pateando la guinda, que cayó sobre la cabeza del jefe de Policía de Maldonado, Julio Pioli, quien estaba al borde de la cancha. La llamativa escena fue registrada por un hincha que estaba en una de las tribunas.

El partido, que fue arbitrado por el sacerdote y exrugbier Juan Andrés “Gordo” Verde, se trató del primer encuentro internacional de rugby entre Espartanos, representante de la Argentina y compuesto por expresos, y los uruguayos de Fénix de la Unidad N° 13 de Las Rosas, conformado por reclusos.

En diálogo con la prensa local, Lacalle Pou recalcó que el deporte sirve “como política de integración y como política sanitaria”.

“Son seres humanos recluidos que encontraron en el deporte una forma de buscar valores, de salir del circuito delictivo y contagiar. Es un deporte de sacrificio y reglas claras, de contacto físico leal, donde todos tienen que respetar al compañero”, agregó.

Fuente: https://tn.com.ar/internacional/2022/04/26/lacalle-pou-dio-el-puntapie-inicial-en-un-partido-de-rugby-entre-presos-y-le-pego-al-jefe-de-policia/

Ayer por la tarde y ante una importante cantidad de público que asistió a la Casa de la Cultura, Eduardo “Coco” Oderigo brindó una charla en donde contó cómo fue que nació su fundación los Espartanos, la cual se dedica, a través del deporte, la espiritualidad y el trabajo, a ayudar a las personas privadas de su libertad a reinsertarse socialmente.

Eduardo contó que todo inició cuando por pedido de un amigo, conoció una cárcel. “Yo estudiaba abogacía, trabajaba en los juzgados y jugaba al rugby con este amigo que me insistió con conocer un penal”. Luego explicó que una vez que recorrió el lugar se dio cuenta que tenía que hacer algo. A los dos meses de la primera visita a una cárcel, volvió para hablar con el director y le propuso enseñar rugby, esto fue en marzo del 2009.

Desde ese momento y de manera muy resumida Eduardo explicó algunas de las tantas dificultades que se le presentaron en los inicios. Las anécdotas del primer partido y cómo se ganó la confianza de los penitenciarios… fueron algunas de las experiencias contadas.

Posteriormente narró que luego de cuatro años de ir todos los martes a la cárcel para brindar las clases de rugby, había muchos internos que participaban pero… no había cambios en el comportamiento de ellos. De a poco y con la ayuda de distintas personas que se empezaron a sumar a su proyecto, lograron que los presos se interesaran no solo por el deporte, sino también por expresar sus emociones, por hablar, por descubrir sus motivaciones….

La insistencia y los “NO” con los que se encontró Eduardo, hicieron que siguiera adelante. La ayuda de quienes se fueron sumando para aportar en lo que cada uno sabe también fue fundamental para llegar a donde hoy están.

En el transcurso de la charla refirió, por ejemplo, de la visita al Papa Francisco con 10 Espartanos y varios voluntarios y dejó demostrado que cuando hay motivación, se puede.

Antes de finalizar explicó cómo funciona la integración con las empresas que forman parte de la Fundación a través de las cuales se brindan “segundas oportunidades” a los detenidos que logran su libertad.

Por su parte, el madariaguense Nahuel Tetáz Chaparro contó su historia, cómo fue a buscar el rugby, porque acá no había. Sus entrenamientos en Pinamar y luego en Mar del Plata porque el club se disolvió, las dificultades para llegar a esos entrenamientos y la importancia de insistir en lo que le apasionaba.

Ambos testimonios fueron claros, concisos y dejaron demostrado que cuando se quiere, se puede, lo que sin dudas logró que todo el público presente aplaudiera de pie tanto a “Coco” como a Nahuel.

Fuente: https://www.madariaga.gob.ar/noticias/30488/eduardo-oderigo-deslumbro-al-publico-con-su-charla-sobre-los-espartanos

Ezequiel Baraja está ronco. Estuvo en el penal entrenando al equipo y cada vez que lo hace no puede evitar gritar. Tiene puesta una musculosa deportiva, el pelo cortísimo, y la barba de unos pocos días. Está en su casa de San Martín, en la misma en la que vivía antes de ir preso, la misma a la que volvió una vez que se fugó y la misma desde la cual su madre lo llevó de regreso a la comisaría. Es la misma casa, pero su vida es otra.

Vamos a hablar casi una hora. Va a enumerar delitos, hechos de violencia, situaciones en las que estuvo al borde de la muerte, del tiro que recibió en el brazo, la puñalada en el estómago, pero nunca va a culpar a los demás. Ezequiel habla haciéndose cargo de cada una de las instancias de su vida que lo llevaron a donde está hoy, ya no privado de su libertad, ya no delinquiendo, ya no poniendo en riesgo su vida.

“Nunca tuve necesidades yo: vengo de una familia tipo, mamá, papá, dos hermanos. Fui a un colegio privado, tuve todo lo que se necesita, pero la separación de mis viejos me descarriló. Después empecé con el delito y lo tomé como una forma de vida, nadie me obligaba. Me enseñaron el camino, me manipularon al principio, pero después yo seguí con eso porque tenía ganas. La idea era no lastimar a nadie, hacer el menor daño posible más allá de todo el daño que uno le genera a una persona con el simple hecho de robarle. Pero no quería generar un daño más profundo”, cuenta.

“A los 15 años en una de estas villas donde iba hubo un quilombo y una persona me apuñaló en el estómago. Me perforó el estómago y el intestino. Fue un 25 de diciembre. Me acuerdo que me desperté a las 7 de la mañana en el hospital con mi mamá al lado llorando, yo intubado por todos lados, estuve al borde la muerte y me recuperé, pero nunca pensé en cambiar. Estaba lleno de rencor, de odio por diferentes cosas que me habían pasado”, dice.

Todavía faltaba mucho para que llegara su nueva vida. Si alguien, ahora, busca su nombre en Google, va a conocer al que es hoy: entrenador y coordinador deportivo de Fundación Espartanos (una ONG dedicada a transformar la vida de las personas privadas de su libertad a través del deporte), coordinador de un parador para gente en situación de calle de la Ciudad de Buenos Aires, y uno de los elegidos para subir al Aconcagua en el 2018 junto a un grupo de deportistas de élite como Paula Pareto o Fabricio Oberto. Pero antes de esto, estuvo aquello que él nombra como su “formación delictiva”.

“A los 16 años, en uno más de los robos que hacía, entré a una estación de servicio y un policía cumpliendo con su deber me efectuó dos disparos. Uno no me dio y el otro todavía lo tengo en el brazo. Este puntito que se ve acá es el disparo, la bala sigue adentro”. Mientras habla, muestra el biceps, lo contrae y relaja, y en cada movimiento se ve un agujero que va de un lado a otro. “Es la bala”, dice.

“Esa fue la primera vez que me llevaron detenido como menor. La bala no me mató porque tuve un dios aparte. Y ahí entré a recorrer institutos de menores y comenzó lo que yo llamo la escuela delictiva: van preparándote para cuando seas mayor de edad y probablemente te toque entrar a una cárcel de máxima seguridad”.

-La escuela delictiva vos la ves dentro del corredor institucional, no afuera…

-Claro, adentro de las instituciones, donde no hay herramientas para reinsertar o insertar a las personas. El hecho de que cumplan una penitencia por la macana que se mandaron no rehabilita a nadie. Yo ahí empecé a aprender a profesionalizarme siendo muy chico. Y me fugué del primer instituto al que me mandaron, y como jamás había vivido en otro lugar que no fuera mi casa, volví a mi casa. Y mi mamá me entregó en la comisaría, a los 16 años. Ese fue otro momento muy duro. Pero con el tiempo fui entendiendo el por qué. Ella consideraba que era lo correcto y que si no lo hacía me iban a matar porque yo venía muy descarrilado. Hoy miro hacia atrás y no puedo creer que era esa persona.

-Hubieras vivido una vida de prófugo…

-Bueno, me llevan de vuelta al instituto y me fugué y no volví nunca más a mi casa. De los 16 a los 18 estuve prófugo. Ya a los 15 me había apuñalado, a los 16 me habían dado un tiro… Vivía del delito. Salía con armas de fuego pero nunca hice daño. Y a los 18 años me llevan detenido -como se esperaba- como mayor de edad. Me condenan a cuatro años. Fui al colegio ahí preso pero solo para pasar el tiempo, no para aprender. Y a los tres años de la condena de cuatro recupero mi libertad por supuesta buena conducta. Me largan con libertad condicional, pero en Argentina hay una estadística de reincidencia que marca que el que se va de estar detenido vuelve con un delito igual o peor al que había cometido. Prácticamente nunca es menor. Yo dentro de la cárcel me profesionalicé, y al salir me pasó lo que dice la estadística.

-¿Cuando decís me profecionalicé te referís a que aprendiste técnicas para que no te agarren?

-Claro. Aprendés a evitar que te agarren, te das cuenta de que las penas son las mismas si robás un kiosco o robás un banco. Es lo mismo, un robo calificado, y la condena es la misma. Y si ponés en la balanza dónde hay más dinero te vas a inclinar hacia un lado obvio. Entonces, vos ahí adentro te vas preparando, tenés tiempo para pensar en los errores que cometiste y pensás en no volver a cometerlos… Pero ese tiempo se podría aprovechar para ayudar a la persona a que se reinserte o se inserte en la sociedad, porque hay personas que nunca estuvieron dentro de la sociedad.

-¿Entonces saliste y en cuánto tiempo cumpliste con la estadística de reincidencia?

-A los siete meses. Esta vez con una condena más grande de seis años y ocho meses. Me detienen a mí y a dos personas más con un operativo cerrojo, con armas, etcétera. Por suerte no se efectuaron disparos de ningún lado. Yo no tenía ganas de morir, siempre amé la vida. Pero me llevaron detenido y ahí es donde empiezo la peor parte de lo que es la cárcel. En un año recorrí 20 penales, pasé por las peores cárceles de Buenos Aires, viví momentos de mucha violencia, mucha tensión. No tenía recursos para poder salir de la selva de cemento, que es la ley del más fuerte. No vivís, sobrevivís. Y te tenés que adaptar a la forma de vida de ahí adentro. Yo también lo llamo la cápsula del tiempo, porque estás detenido, hacemos seis años, te vas en libertad y volvés a los cuatro años, en ese lugar sigue siendo todo exactamente igual: no evoluciona en nada, no avanza en nada, siempre es lo mismo. Entonces estás como en una cápsula del tiempo que te retrotrae a un estado primitivo. Empezás a sobrevivir como un salvaje.

-¿Te ha tocado vivir situaciones complicadas adentro?

-Sí, muchas. Ver cómo dos personas se peleaban con palos de escoba atados con una faca en la punta. Con qué sentido, por qué pelear así… Y ese primer tiempo fue lo más jodido, viví momentos de mucha violencia. Vi a un chico morir de una puñalada en el ojo, que le entró por acá y le salió por acá arriba. Esa es la mayor consecuencia de la cárcel: el poco valor de la vida. Cualquier pelotudez termina matando a un pibe. Y lo loco es que lo mató un pibe de 18 años en defensa. Lo habían llevado preso por una boludez, estaba unos meses y se iba, y termina con 10 años de pena de cumplimiento efectivo por defenderse, por no saber pelear, un pibe totalmente sano. Y esas son las consecuencias de la cárcel. Hoy creo que la cárcel está un poquito mejor preparada por ONGs que se están metiendo, pero estaría bueno que se hiciera una política pública que aborde estas situaciones del sistema carcelario. ¿Qué queremos para nuestros presos? Si queremos una sociedad mejor necesitamos trabajar desde ahí adentro también.

-La cárcel no está preparada para sacarte adelante digamos.

-No, para nada. Y a su vez sucede esta cosa loca que si yo no hubiera pasado por todo lo que pasé no estaría ahora hablando con vos.

-La paradoja de que la cárcel no está preparada para reinsertarte pero a vos, por todo eso, te reinsertó.

-Me reinsertó pero ya porque en un momento colapsé y dije: puedo ser yo el pibe ese, el que lo mató, el que está muerto… Me encontré en un momento de mucha de soledad, muy triste, en una celda de castigo que en la cárcel llaman “buzones”, es una celda de 2×2 y estás solo. Estás más preso de lo que ya estabas. Y yo lo único que tenía era un libro, Lo Que El Viento Se Llevó, y jamás pensé en mi vida en leerlo, menos dentro de la cárcel, pero lo que viví con ese libro fue mágico porque me trasladó de esas situación de encierro y me dio mi primera sensación de libertad después de muchos años de estar detenido. Yo sentía que no estaba detenido físicamente sino que estaba preso mentalmente. Y cuando pude saltar ese muro de mi propia cárcel fue cuando empecé a proyectar qué es lo que quería para mí. Y me terminé de convencer un día que conocí a Los Espartanos.

-¿Cómo fue?

-Estaban ahí en el penal. Vi un grupo de personas en el medio de la cancha abrazándose, tocándose, como contentos… y eso en la cárcel no suele suceder, vos no ves personas demostrándose afecto mutuamente, y menos en un grupo grande. Y sonreían y eran felices, y yo pensé por qué yo no puedo ser feliz también. Y me acerqué de curioso y entrené a entrenar con ellos y fui cambiando a través de los valores del rugby y de los pilares de la Fundación Espartanos (el deporte como excusa, la educación para formarlos, la espiritualidad como método de contención, y el trabajo como fin de ciclo). Esto fue en el 2013 y desde entonces me convertí en un espartano para siempre.

-¿Nunca volviste a ser el mismo?

-Lo determinante fue cuando uno de los empresarios que forma parte del programa me dijo: “Baraja, vos cuando salgas tenés laburo”. Y yo le dije: ¿en serio? “Vos cuando salgas tenés laburo”, insistió. Y eso era lo que me faltaba para convencerme de que yo no quería volver nunca más a estar preso. Y lo cumplí. Creo que una de las claves para mi fue la fortaleza de mantenerme firme en lo que quería. Yo quería ser diferente y demostrarle a esta gente que apostaba en mí que hacían bien, y que iba a cumplir.

-¿Te dio trabajo?

-Salí y a la semana estaba trabajando en Subway, en Unicenter, en el patio de comidas. Era glorioso para mí, jamás había trabajado en mi vida. Lo que me caracterizaba a mí en ese entonces y a muchos de los espartanos que van saliendo son las ganas de demostrarte a vos mismo y a los demás que realmente podés. Entonces hacía todo lo que nadie tenía ganas pero lo hacía con un entusiasmo tremendo. Y a los seis meses pasé a ser el encargado del local, manejaba las llaves y la caja fuerte incluso. Confianza total.

-Hoy seguís en espartanos pero como entrenador en la Unidad 48 del complejo penitenciario de San Martín. ¿Qué es lo que ves en tus entrenados?

-La vida dentro de ese penal pasa por el rugby. Tienen un minuto libre y están jugando al rugby. Hoy ahí adentro tenemos la primera cancha de césped sintético del mundo dentro de una cárcel. Tenemos un centro educativo espartano para poder capacitar en talleres a los internos. Y también hay un gimnasio y un ring de box. Y para un modelo de reinserción está muy bien porque muchos pibes como yo encuentran una oportunidad dentro de la cárcel. Una oportunidad que tal vez nunca encontraste en la vida y la encontrás preso, que no parece lógico, pero te puede cambiar la vida. Yo hoy hace siete años que estoy en libertad, trabajo para la Fundación Espartanos en el área deportiva, trabajo para el Ministerio de Desarrollo y Habitat en la Ciudad de Buenos Aires en el BAP en asistencia a personas en situación de calle, soy coordinador de un parador de la ciudad.

-¿Y cómo llega la posibilidad de subir al Aconcagua?

-Hacía un año y medio que estaba en libertad y me llega un llamado de Coco, el creador de Espartanos, y me pregunta: “Baraja, ¿cómo estás para ir al Aconcagua?”. Y yo le respondí: “Coco, jamás subí más de 10 pisos por escalera, pero si vos me lo decís voy a donde me digas con los ojos vendados”. Y así fue. Me invitaron a ser parte del proyecto Summit Aconcagua 2018 donde los participantes tenían historias de vida relacionadas con el deporte. Jamás había puesto un pie en una montaña, y en mi primera experiencia hice cumbre en el Aconcagua. Hice cumbre el 3 de marzo a las siete y cinco de la tarde. Fue glorioso porque había 25 grados bajo cero, pensé en abandonar mil veces, y la frase que me dio fuerza fue una que me dijo el Papa. Varios Espartanos fuimos a verlo por invitación de él y fuimos a Roma, estuvimos en el Vaticano, y él nos dijo que el rugby está muy relacionado con la vida, y que él lo comparaba con el canto de unos andinistas que en el momento de subir la montaña van cantando que en el arte de ascender lo importante no es no caer sino no permanecer caído. Y cuando decidí no seguir subiendo más me acordé de eso y dije no, sigo, y tuve la oportunidad de hacer cumbre. Y fue glorioso porque estaba representando a la fundación y buscaba hacer visible el trabajo. No se trataba de que yo llegara a la cumbre, sino de llevar la bandera de los espartanos, que creyendo en las segundas oportunidades lograron que un pibe que salió de la cárcel trabajara, estudiara, y lograra subir una montaña.

Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2021/10/24/en-la-carcel-vio-como-mataban-a-un-hombre-cambio-su-vida-a-traves-del-rugby-e-hizo-cumbre-en-el-aconcagua/