“Perseverancia”. Premiaron a los “Espartanos” que desde hace tres años, o más, están en libertad
A los cinco años, a César Joel Núñez lo dieron por muerto. Fue en medio de un juego de bolitas: se le escapó una, la fue a buscar y cuando se incorporó, una hamaca le dio de lleno en la frente. Quedó en coma. El corazón era el único órgano de su cuerpo que seguía funcionando por sí mismo. Los médicos no le dieron un buen pronóstico a sus padres, que rezaban en silencio al costado de su cama. Al tercer día, se levantó. Vio la luz del hospital, reconoció a su padre, y le dijo: “Papi, ¿tenés una monedita?”. “Así comenzó mi infancia”, rememoró Núñez, quien aseguró que no tuvo una vida fácil, y que luego de muchos años de encierro, hoy, a sus 33 años, tiene “paz en el corazón”. Junto a otras 67 personas que estuvieron detenidas en diferentes penales de la provincia de Buenos Aires, recibió un premio por formar parte del equipo de rugby Espartanos, por su perseverancia, y por encontrarse trabajando y en libertad desde hace por lo menos tres años.
El modelo Espartanos nació en 2009 en la cárcel de máxima seguridad de San Martín, Unidad Penitenciaria 48 de la provincia de Buenos Aires, y hoy funciona en más de 70 cárceles de la Argentina. Además,12 penales distribuidos en Chile, Uruguay, El Salvador, Perú, España y Kenia replicaron esta iniciativa. A través del rugby, Eduardo “Coco” Oderigo, su fundador, ha conseguido bajar sustancialmente la reincidencia de quienes, al cumplir su pena, consiguen su libertad.
Con bajo perfil, Oderigo fue presentado por Julián Weich, quien condujo la entrega de los premios “Perseverancia”, en el teatro El Globo en el barrio porteño de Recoleta. “Bajamos la reincidencia del 65 al 5%”, detalló Oderigo cuando se paró frente a un público feliz de recibirlo, y agregó: “Pero esto lo hicimos entre todos, con perseverancia y esfuerzo”.
Las categorías de los premios fueron tres, según la cantidad de años que cumplieron en libertad: bronce, para unas 42 personas que llevan tres años; plata, para 22 personas que llevan cinco años; y oro, para Rubén Ezequiel “Colo” Gonzalez, quien cumplió diez años libre.
Al respecto, Damián Donnelly, parte del equipo fundador de Espartanos, explicó la razón de los premios: “Esto surgió porque muchos de ustedes, todos los años o cada seis meses, me mandaban un mensaje y me decían ‘Damián, cumplo 6 meses afuera y no lo puedo creer’. Y así cada vez que cumplían dos, cuatro, seis años. Y así surgió este evento, como un homenaje. Perseverar, que es lo que están haciendo ustedes, es ganar. Y ustedes son unos ganadores de sus vidas”.
Como parte de las sorpresas que la Fundación Espartanos les regaló a sus homenajeados, entre las que estuvieron las interpretaciones en el escenario de los cantantes Axel y G Sonny, Oderigo también adelantó que se filmará una miniserie de la historia del equipo de rugby penitenciario, que tendrá ocho capítulos y que saldrá en una de las plataformas de streaming en los próximos meses. “Queremos mostrar la esencia de Espartanos”, señaló Oderigo, y sentenció: “No se va a mostrar lo malo, que alimenta el morbo de lo que es una cárcel, sino que la idea es mostrar lo bueno que saca este proyecto”.
Su historia de vida
A Núñez le otorgaron el premio de bronce, por estar desde 2018 en libertad y trabajando. Subió al escenario con un traje marrón, con una amplia sonrisa, feliz de estar recibiendo el reconocimiento.
“Espartanos me ayudó a adquirir valores adentro y fuera del campo de juego, me enseñó a no permanecer caído, y a que cada obstáculo es un tackle más para darle a la vida. Son todas las cosas que me forman día a día para ser una mejor persona”, explicó Núñez a LA NACION. Su historia es una de las tantas que se conocen en el conurbano bonaerense: una infancia con muchas dificultades, con una familia desvinculada, y en la que le siguieron el abandono de la escuela y un temprano ingreso en las drogas y el delito. El accidente que él marca como el inicio de su niñez ocurrió en la ciudad de San José de Metán, en la provincia de Salta. Su familia se instaló allí un tiempo para acompañar a la mayor de sus cinco hermanos, que había formado una familia. Cuando volvió, lo hizo solo con su madre y sus hermanos: su padre había formado otra familia, lejos de ellos.
“Cuando me recuperé [del accidente], volvimos a Buenos Aires y mi familia ya estaba desintegrada. No tenía un hogar bien consolidado y eso me afectó. Me crie sin mi papá, sin una figura paterna que me pusiera límites. Mi mamá hacía lo que podía, era una madre soltera con seis hijos”, explicó Núñez, que creció en el barrio El Detalle, en el Municipio de Tigre, al norte del conurbano bonaerense.
Su paso por el colegio fue fugaz: a los diez años ya había abandonado. “Con mi hermano Jeremías éramos terribles, nos portábamos muy mal”, recordó el ahora espartano, y precisó el momento en el que dejó definitivamente la escolaridad: “Un día nos llamó la directora para retarnos porque no sé qué habíamos hecho, y estaba su cartera ahí cerca. Le robamos las llaves del auto, fuimos a dar una vuelta y volvimos. Yo tenía 10 y mi hermano 12. Ese día nos echaron del colegio. Ya habíamos empezado a hacer todas macanas”.
Para ese momento, ya había probado las drogas y se había introducido en el mundo de las armas. “Dejé la escuela y empecé a delinquir”, contó Núñez, quien se la pasó entrando y saliendo de reformatorios y penales juveniles hasta que cumplió 18 años. “Ahí no salí más”, señaló. “Para esa época, había muchos secuestros extorsivos y nos dedicábamos a eso. Teníamos una flota de autos y armas, teníamos un sistema”, detalló.
Fue en 2007, cuando con su banda intentaron secuestrar a una familia, que la policía bonaerense los detuvo. Luego de una balacera, en la que tanto él como los policías resultaron heridos, Núñez terminó tras las rejas. “En la causa quedé con triple robo calificado, con armas de guerra, enfrentamiento con la policía, crimen y causa intento de secuestro, todo en concurso real entre sí”, detalló. Obtuvo una condena de 11 años y seis meses que cumplió en más de 50 penales de la provincia de Buenos Aires. Lo trasladaban por su mal comportamiento.
Fue en la última unidad penitenciaria, en la 49 de San Martín, que conoció a Espartanos. Se unió al grupo de rugby y su vida dentro del penal cambió. “Me pasó que estaba todo mal con alguien de otro pabellón, y de repente me tocaba jugar en el mismo equipo y era esa misma persona que me cuidaba de un tackle o me pasaba la pelota, y terminaba todo bien”.
Desde el deporte, aprendió a vincularse con sus pares de otra manera, y terminó siendo referente espartano dentro de su pabellón. Cuando le tocó el día de salir en libertad, le dijo a sus compañeros de celda: “Yo voy a volver a la cárcel, pero no a estar preso sino para visitar a mis amigos, jugar un partido de rugby y darles un abrazo”.